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lunes, 29 de septiembre de 2014
martes, 9 de septiembre de 2014
El Centro de Espiritualidad de Familia Eucarística, te invita a que tengas un encuentro con Jesús vivo en:
Retiro de Mujeres
25 y 26 de octubre
Cuota de recuperación $650. Incluye hospedaje, alimentos y materiales
Informes: 5577-0450
ó con María Elena Márquez al 5586-7089
Retiro de Jóvenes
31 de octubre, 1 y 2 de noviembre
Cuota de recuperación $400. Incluye hospedaje, alimentos y materiales.
Informes: 5577-0450 con David Martínez
HAZME UN INSTRUMENTO DE TU PAZ
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
Cuando nos sentimos rechazados o atacados por otros, nuestra primera reacción es defendernos e incluso, si es posible propiciar más daño del que se nos podría haber producido, para manifestar que somos más poderosos.
El Señor Jesucristo, aun en vida, no fue bien recibido por todos. Ante esta situación, sus discípulos pretenden manifestar poder, destruyéndolos con “fuego bajado del cielo”. Jesús les reprende, porque ese no es el proceder que predica, sino el de la paciencia, el perdón y el amor.
En ocasiones, podemos aguantar que nos insulten, pero que no nos hablen mal de Dios, de Jesús, de la Virgen, de la Iglesia o cualquier otro tema referente a la religión, porque inmediatamente nos sale atacar e insultar y si es posible destruir al otro y todo “en defensa de nuestra fe”. ¿Este tipo de comportamiento lo aprobaría Jesús?
No significa que nos tengamos que quedar callados, pero sí que demos testimonio de paciencia. Que en lugar de responder agresivamente o enojados (recuerda el que se enoja pierde), respondamos con razones y no con agresiones. Que respondamos con el perdón y no con insultos.
El poder que Jesús aporta a los discípulos no son, las armas, los insultos, la violencia, sino el de la verdad, de la justicia, del diálogo, del perdón, del amor.
Jesús muestra su capacidad de amar y de adaptarse a las circunstancias. Él no impone su presencia a nadie, si alguien no lo recibe, no se da por ofendido, simplemente busca otra opción, ¿De forma similar actúas tú cuando al guien te rechaza?
Jesús reprende a sus discípulos, con el tiempo serán sus apóstoles, predicarán el Evangelio, serán rechazados y perseguidos, y habiendo aprendido la lección, ya no pretenderán hacer “caer fuego del cielo”, sino que con su vida darán testimonio del perdón y del amor de Dios.
Hoy, te invito a que revises tu proceder para que reflexiones sobre cómo reaccionas cuando te sientes agredido u ofendido y procura actuar en conformidad con las enseñanzas de Jesucristo. Ante quienes me agraden o persiguen: ¿les guardo odio para siempre?, ¿les respondo de igual manera o con mayor agresividad? ¿me “la guardo” para cuando pueda vengarme?
Pidámosle al Señor nos de su amor y paciencia para entender que responder con mal al mal, con odio al odio y a la violencia con violencia, no es ser diferente a los demás ni mucho menos cristiano.
Más que responder primariamente guiados por nuestros impulsos, sea su paz la que guíe nuestras palabras y acciones para restablecer la verdad y la justicia en toda relación fracturada por el padre de la mentira.
Procuraremos ser mensurados en la expresión de nuestras ideas y en lugar de provocar o caer en provocaciones, procuremos sembrar la paz de Dios en los ambientes donde desarrollamos nuestra vida.
“Hazme un instrumento de tu paz, donde haya odio lleve yo tu paz, donde haya odio, lleve yo tu amor, donde haya injuria tu perdón Señor. Hazme un instrumento de tu paz” San Francisco.
Por séptima ocasión Derechos del Concebido organiza Encuentro Nacional de Líderes por la Vida
Del17 al 19 de octubre, tendrá lugar el 7o. Encuentro Nacional de Líderes por la Vida que organiza Derechos del Concebido A. C. cada año en la Ciudad de México.
En este encuentro se espera la participación de 60 líderes provenientes de distintas ciudades de México que trabajan a favor de la vida, de la mujer y de la familia
Durante tres días compartirán experiencias, reflexiones, fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas, que les ayuden a proponer para sus localidades una evangelización de la cultura de la vida.
Este evento será además un espacio para celebrar los siete años de Derechos del Concebido, que se fundó el 28 de agosto de 2007 con la Firma Pública de los Derechos Humanos del Concebido.
La jornada culminará con la Celebración Eucarística en la Antigua Basílica de Guadalupe, presidida por Mons. Pedro Agustín Rivera, director de esta asociación.
Informes e inscripciones: Tel. 5207-3578
derechosdelconcebido@yahoo.com.mx
“33 Días hacia un Glorioso Amanecer”
El folleto “33 Días hacia un Glorioso Amanecer”, a través de las enseñanzas de San Luis de Montfort, San Maximiliano Kolbe, la Beata Madre Teresa de Calcuta y San Juan Pablo II, te guiará a un nuevo modo de vivir en Cristo.
Este libro es un retiro espiritual de cuatro semanas, más cinco días de repaso, en el que además de leer sobre la espiritualidad de estos grandes santos, hay que contemplar con el corazón sus mensajes, siguiendo el ejemplo de María.
El acto de consagrarse a Jesús por María, marca el comienzo de un glorioso nuevo día, un nuevo amanecer en la espiritualidad de cada persona. Es un nuevo comienzo y lo cambia todo.
A través de este retiro espiritual, descubrirás que uno de los grandes aspectos de la consagración a María es su dulzura de Madre. Convierte las lecciones de la Cruz en algo dulce y derrama su amor y consuelo materno sobre cada herida nuestra.
Informes al: 5577-0450 familia_eucaristica@yahoo.com.mx
EL ENCUENTRO CON JESÚS
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
El Evangelio de Lucas 7, 1-10, nos narra que un hombre enfermo tiene un jefe centurión, que es su amigo. Este centurión tiene a su vez, “unos amigos”, que a su vez son “amigos de Jesús” quienes en atención al centurión piden por el enfermo. Jesús atiende a sus amigos y se pone en camino hacia la casa de “un pagano”. Enterado de esto y quizá sabiendo el riesgo que corría Jesús con esta acción y sintiéndose indigno de que lo visitara en su casa, le envía a decir a Jesús, que basta con que ponga en sus oraciones al enfermo. Jesús señala la fe del centurión y su criado queda curado en el lugar donde estaba. Esto lo constatan los enviados del centurión cuando regresan a su casa.
El centurión era un oficial romano que tenía a su cargo 100 soldados. Para el israelita, contemporáneo de Jesús, representa al gobierno opresor y enemigo del pueblo de Israel, por eso, el que en su casa entrara Jesús, hacía que la vida del Señor corriera peligro. A Jesús no le importa esa situación, a Él no le detiene el miedo ni el qué dirán para hacer el bien. Además, Jesús, no hace distinción entre buenos o malos, enemigos o amigos, romanos o judíos, criados o patrones. Él vino a servir a todos y llevar a todos hacia Dios, mostrándonos que por encima de las diferencias humanas, todos somos hijos de Dios.
Ciertamente este centurión era un hombre de buenos sentimientos, trataba bien a los judíos e incluso les “había construido una sinagoga” (templo donde los judíos se reúnen a orar), y su argumento para señalar que no es necesario que llegue a su casa es que él “no era digno” de que Jesús entrara a su hogar. Así, tenemos el perfil de es- te hombre que a pesar de tener todo: es humilde, ama y tiene fe. Por eso el Señor Jesús alabará al centurión, porque se mueve por la fe y el amor. Ama a un sirviente y sabiendo que el Señor Jesús está cerca, le pide que baste con que ore por su amigo enfermo. El corazón del centurión está abierto a Jesús y por eso le pide la salud del sirviente.
La relación entre los personajes de este pasaje bíblico nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe y nuestra relación con la Iglesia. El amigo del enfermo, que a su vez busca a sus amigos y ellos a Jesús, son expresión de la incipiente Iglesia, que se construye y consolida a través de las relaciones humanas que se establecen en torno a Jesús.
Ciertamente cuando se tiene un problema hay quien busca ayuda, aunque no siempre la adecuada y así, procurando sus propios caminos, alejados de Jesucristo y de la Iglesia. Hay quienes recurren a “creencias” con una “embarradita de fe” y hacen o utilizan cosas que distorsionan la fe como ritos, cuarzos, amuletos, etc. Otros acuden a la mal llamada “santa muerte” o van a la lectura de horóscopos, cartas, café, o con curanderos, brujos o esotéricos.
Es importante que superemos las creencias y adquiramos una fe adulta, a través del estudio de la Sagrada Escritura, de la doctrina de la Iglesia, la vivencia de los sacramentos; la acción apostólica y decisiva que haga presente la misericordia de Dios y testimonie la fuerza transformadora del Evangelio en la educación, la política, la econo-mía, los medios de comunicación, etc.
La fe en Jesús suscita la confianza, anima la esperanza y acrecienta el amor. ¿Tú confías en Jesús, con la fe del centurión? ¿Eres humilde y estas dispuesto a servir a los demás? ¿Acercas a tus amigos a Dios?
Sólo si, en Cristo, nos convertimos en hombres nuevos, el mundo se hará nuevo.
jueves, 4 de septiembre de 2014
Rosario Viviente, Estadio Azul, sábado 11 de octubre, a partir de las 15:00 hrs. Como cada año habrá cantos, charlas, el rezo del Rosario, representaciones de los misterios y la Hora Santa.
Este año pediremos por los cristianos perseguidos, los damnificados de los desastres naturales e inundaciones, por el Papa Francisco y nos encomendaremos a la Virgen de Guadalupe y al Señor de la Misericordia.
Vamos todos a Evangelizar con alegría en el Espíritu, al encuentro de las Nuevas Generaciones.
martes, 19 de agosto de 2014
EL DIÁLOGO Y LA APERTURA A LOS DEMÁS (EMPATÍA)
SON PARTE ESENCIAL DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA.
El Papa Francisco a los Obispos de Asia. (Haemi, Corea del Sur. 17-ago-14)
Resumen. Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
El Papa Francisco, el domingo 17 de agosto, al dirigirse a los obispos de Asia señaló el diálogo y la empatía, fundados en la identidad cristiana como elementos esenciales para la evangelización de un mundo pluricultural y religioso.
(NOTA: Los “títulos” y lo que aparece entre paréntesis son añadidos míos, lo demás es texto original del Papa Francisco, por eso no lo entrecomillo).
El diálogo con las personas y las culturas parte de nuestra identidad cristiana y la empatía con la que escuchemos a los demás.
Nuestro compromiso por el diálogo se basa en la lógica de la encarnación: en Jesús, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros, ha compartido nuestra existencia y nos ha hablado con un lenguaje humano (cf. SAN JUAN PABLO II. Ecclesia in Asia, 29).
DIÁLOGO
No podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad. Desde la nada, desde una autoconciencia nebulosa no se puede dialogar, no se puede empezar a dialogar. Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida. Se trata de atender, y en esa atención nos guía el Espíritu Santo. Tener clara la propia identidad y ser capaces de empatía son, por tanto, el punto de partida de todo diálogo. Si queremos hablar con los otros, con libertad, abierta y fructíferamente, hemos de tener bien claro lo que somos, lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que espera de nosotros. Y, si nuestra comunicación no quiere ser un monólogo, hemos de tener apertura de mente y de corazón para aceptar a las personas y a las culturas. Sin miedo: el miedo es enemigo de estas aperturas.
(Tres tentaciones del espíritu del mundo o de la “mundanalidad”) a la identidad cristiana:
1. El relativismo que oculta el esplendor de la verdad y lleva a la confusión y a la desesperación. El teórico que rechaza a Cristo y el práctico que de manera casi imperceptible, debilita nuestro sentido de identidad.
2. La superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes. Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse, la práctica de las virtudes se vuelve formalista y el diálogo queda reducido a una especie de negociación o a estar de acuerdo en el desacuerdo. El acuerdo en el desacuerdo…
3. La aparente seguridad que se esconde tras las respuestas fáciles, frases hechas, normas y reglamentos.
NUESTRA IDENTIDAD
La fe viva en Cristo constituye nuestra identidad más profunda, es decir, estar enraizados en el Señor.
Nuestra identidad de cristianos consiste, en definitiva, en el compromiso de adorar sólo a Dios y amarnos mutuamente, de estar al servicio los unos de los otros y de mostrar mediante nuestro ejemplo no sólo lo que creemos sino también lo que esperamos y quién es Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12).
A partir de esta identidad profundad, la fe viva en Cristo en la que estamos radicados… comienza nuestro diálogo y eso es lo que debemos compartir, sincera y honestamente, sin fingimientos, mediante el diálogo de la vida cotidiana, el diálogo de la caridad y en todas aquellas ocasiones más formales que puedan presentarse. Ya que Cristo es nuestra vida (cf. Flp 1,21), hablemos de Él y a partir de Él, con decisión y sin miedo. La sencillez de su palabra se transparenta en la sencillez de nuestra vida, la sencillez de nuestro modo de hablar, la sencillez de nuestras obras de servicio y caridad con los hermanos y hermanas.
LOS FRUTOS DE LA IDENTIDAD CRISTIANA
Un aspecto más de nuestra identidad como cristianos: su fecundidad. Naciendo y nutriéndose continuamente de la gracia de nuestro diálogo con el Señor y de los impulsos del Espíritu, da frutos de justicia, bondad y paz. (Solidaridad con el pobre y el necesitado, pero también misión evangelizadora que transforma la realidad humana y que por eso incide también en la cultura, en la educación, en la política, en los medios de comunicación social y se hace cultura de la vida por la defensa del matrimonio, de la familia, de la vida naciente y en todas sus etapas, desde su inicio hasta el final natural de ella. Que es para la mujer y para el hombre, para el niño, adolescente, joven, adulto y anciano, para el sano y el enfermo, para el connacional y el extranjero, para el católico y el no católico).
LA EMPATÍA
Finalmente, junto a un claro sentido de la propia identidad cristiana, un auténtico diálogo requiere también capacidad de empatía.
Para que haya diálogo tiene que darse esta empatía. Se trata de escuchar no sólo las palabras que pronuncia el otro, sino también la comunicación no verbal de sus experiencias, de sus esperanzas, de sus aspiraciones, de sus dificultades y de lo que realmente le importa.
Esta empatía debe ser fruto de nuestro discernimiento espiritual y de nuestra experiencia personal, que nos hacen ver a los otros como hermanos y hermanas, y “escuchar”, en sus palabras y sus obras, y más allá de ellas, lo que sus corazones quieren decir.
En este sentido, el diálogo requiere por nuestra parte un auténtico espíritu “contemplativo”: espíritu contemplativo de apertura y acogida del otro. No puedo dialogar si estoy cerrado al otro. ¿Apertura? Más: ¡Acogida! Ven a mi casa, tú, a mi corazón. Mi corazón te acoge. Quiere escucharte.
Esta capacidad de empatía posibilita un verdadero diálogo humano, en el que las palabras, ideas y preguntas surgen de una experiencia de fraternidad y de humanidad compartida.
Si queremos llegar al fundamento teológico de esto, vayamos al Padre: Él nos ha creado a todos. Somos hijos del mismo Padre. Esta capacidad de empatía lleva a un auténtico encuentro, –tenemos que caminar hacia esta cultura del encuentro–, en que se habla de corazón a corazón. Nos enriquece con la sabiduría del otro y nos dispone a recorrer juntos el camino de un mayor conocimiento, amistad y solidaridad.
SON PARTE ESENCIAL DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA.
El Papa Francisco a los Obispos de Asia. (Haemi, Corea del Sur. 17-ago-14)
Resumen. Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
El Papa Francisco, el domingo 17 de agosto, al dirigirse a los obispos de Asia señaló el diálogo y la empatía, fundados en la identidad cristiana como elementos esenciales para la evangelización de un mundo pluricultural y religioso.
(NOTA: Los “títulos” y lo que aparece entre paréntesis son añadidos míos, lo demás es texto original del Papa Francisco, por eso no lo entrecomillo).
El diálogo con las personas y las culturas parte de nuestra identidad cristiana y la empatía con la que escuchemos a los demás.
Nuestro compromiso por el diálogo se basa en la lógica de la encarnación: en Jesús, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros, ha compartido nuestra existencia y nos ha hablado con un lenguaje humano (cf. SAN JUAN PABLO II. Ecclesia in Asia, 29).
DIÁLOGO
No podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad. Desde la nada, desde una autoconciencia nebulosa no se puede dialogar, no se puede empezar a dialogar. Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida. Se trata de atender, y en esa atención nos guía el Espíritu Santo. Tener clara la propia identidad y ser capaces de empatía son, por tanto, el punto de partida de todo diálogo. Si queremos hablar con los otros, con libertad, abierta y fructíferamente, hemos de tener bien claro lo que somos, lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que espera de nosotros. Y, si nuestra comunicación no quiere ser un monólogo, hemos de tener apertura de mente y de corazón para aceptar a las personas y a las culturas. Sin miedo: el miedo es enemigo de estas aperturas.
(Tres tentaciones del espíritu del mundo o de la “mundanalidad”) a la identidad cristiana:
1. El relativismo que oculta el esplendor de la verdad y lleva a la confusión y a la desesperación. El teórico que rechaza a Cristo y el práctico que de manera casi imperceptible, debilita nuestro sentido de identidad.
2. La superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes. Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse, la práctica de las virtudes se vuelve formalista y el diálogo queda reducido a una especie de negociación o a estar de acuerdo en el desacuerdo. El acuerdo en el desacuerdo…
3. La aparente seguridad que se esconde tras las respuestas fáciles, frases hechas, normas y reglamentos.
NUESTRA IDENTIDAD
La fe viva en Cristo constituye nuestra identidad más profunda, es decir, estar enraizados en el Señor.
Nuestra identidad de cristianos consiste, en definitiva, en el compromiso de adorar sólo a Dios y amarnos mutuamente, de estar al servicio los unos de los otros y de mostrar mediante nuestro ejemplo no sólo lo que creemos sino también lo que esperamos y quién es Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12).
A partir de esta identidad profundad, la fe viva en Cristo en la que estamos radicados… comienza nuestro diálogo y eso es lo que debemos compartir, sincera y honestamente, sin fingimientos, mediante el diálogo de la vida cotidiana, el diálogo de la caridad y en todas aquellas ocasiones más formales que puedan presentarse. Ya que Cristo es nuestra vida (cf. Flp 1,21), hablemos de Él y a partir de Él, con decisión y sin miedo. La sencillez de su palabra se transparenta en la sencillez de nuestra vida, la sencillez de nuestro modo de hablar, la sencillez de nuestras obras de servicio y caridad con los hermanos y hermanas.
LOS FRUTOS DE LA IDENTIDAD CRISTIANA
Un aspecto más de nuestra identidad como cristianos: su fecundidad. Naciendo y nutriéndose continuamente de la gracia de nuestro diálogo con el Señor y de los impulsos del Espíritu, da frutos de justicia, bondad y paz. (Solidaridad con el pobre y el necesitado, pero también misión evangelizadora que transforma la realidad humana y que por eso incide también en la cultura, en la educación, en la política, en los medios de comunicación social y se hace cultura de la vida por la defensa del matrimonio, de la familia, de la vida naciente y en todas sus etapas, desde su inicio hasta el final natural de ella. Que es para la mujer y para el hombre, para el niño, adolescente, joven, adulto y anciano, para el sano y el enfermo, para el connacional y el extranjero, para el católico y el no católico).
LA EMPATÍA
Finalmente, junto a un claro sentido de la propia identidad cristiana, un auténtico diálogo requiere también capacidad de empatía.
Para que haya diálogo tiene que darse esta empatía. Se trata de escuchar no sólo las palabras que pronuncia el otro, sino también la comunicación no verbal de sus experiencias, de sus esperanzas, de sus aspiraciones, de sus dificultades y de lo que realmente le importa.
Esta empatía debe ser fruto de nuestro discernimiento espiritual y de nuestra experiencia personal, que nos hacen ver a los otros como hermanos y hermanas, y “escuchar”, en sus palabras y sus obras, y más allá de ellas, lo que sus corazones quieren decir.
En este sentido, el diálogo requiere por nuestra parte un auténtico espíritu “contemplativo”: espíritu contemplativo de apertura y acogida del otro. No puedo dialogar si estoy cerrado al otro. ¿Apertura? Más: ¡Acogida! Ven a mi casa, tú, a mi corazón. Mi corazón te acoge. Quiere escucharte.
Esta capacidad de empatía posibilita un verdadero diálogo humano, en el que las palabras, ideas y preguntas surgen de una experiencia de fraternidad y de humanidad compartida.
Si queremos llegar al fundamento teológico de esto, vayamos al Padre: Él nos ha creado a todos. Somos hijos del mismo Padre. Esta capacidad de empatía lleva a un auténtico encuentro, –tenemos que caminar hacia esta cultura del encuentro–, en que se habla de corazón a corazón. Nos enriquece con la sabiduría del otro y nos dispone a recorrer juntos el camino de un mayor conocimiento, amistad y solidaridad.
La mártir más pequeña beatificada por el Papa Francisco en Corea. AÚN NO CUMPLIA 12 AÑOS, CUANDO DIO TESTIMONIO DE SU FE.
Anastasia Yi Bong-geum nació en 1827.
Fue educada por su madre y a temprana edad sabía cumplir sus deberes religiosos y amaba al Señor con todas sus fuerzas. Era, afirman algunos, “un hermoso y pequeño ángel con un gran corazón”.
Con diez años aprendió las oraciones de la mañana y la tarde, así como el Catecismo. Conoció a un sacerdote que se hospedó en su casa. Impresionado por la devoción de la niña, el misionero le permitió recibir la Primera Comunión aunque era considerada muy joven para recibir el Sacramento en esa época.
Cuando la persecución Gihae se inició en 1839, escapó con su madre pero fueron arrestadas. La niña fue interrogada por el jefe policial, quien le preguntó los datos del misionero, a lo que ella respondió que era muy pequeña para saber esas cosas.
Luego, el policía le dijo que si hablaba contra Dios, le perdonaría la vida. Pero Anastasia respondió: “no sabía cómo adorar al Señor hasta que llegué al uso de razón a los siete años. También era muy joven para leer libros. Pero desde los siete años hasta ahora, he adorado al Señor. Por lo tanto, no puedo traicionarlo ni hablar mal de Él incluso si tengo que morir mil veces”.
Anastasia fue llevada a prisión sin ser torturada porque era niña. Su madre dudó de su firmeza y le dijo que “seguramente traicionarás al Señor ya que no tienes valor para afrontar la tortura”. La pequeña respondió que nunca haría eso y le prometió a su madre mantenerse fiel a la enseñanza de la Iglesia “sin importar la clase de tortura que tuviese que sufrir”.
El jefe policial insistió a Anastasia para que salvara su vida, pero tampoco cedió. Luego fue amenazada muchas veces pero tampoco sucumbió a la prisión. Al darse cuenta de que no iba a ceder, finalmente la autoridad ordenó que fuera torturada.
Además que ser testigo del martirio de su madre. Ya como huérfana se mantuvo firme hasta el final y el jefe policial, cuando ella no había cumplido aún los 12 años de edad, ordenó que fuera ahorcada en la prisión el 5 o 6 de diciembre de 1839.
Anastasia Yi Bong-geum nació en 1827.
Fue educada por su madre y a temprana edad sabía cumplir sus deberes religiosos y amaba al Señor con todas sus fuerzas. Era, afirman algunos, “un hermoso y pequeño ángel con un gran corazón”.
Con diez años aprendió las oraciones de la mañana y la tarde, así como el Catecismo. Conoció a un sacerdote que se hospedó en su casa. Impresionado por la devoción de la niña, el misionero le permitió recibir la Primera Comunión aunque era considerada muy joven para recibir el Sacramento en esa época.
Cuando la persecución Gihae se inició en 1839, escapó con su madre pero fueron arrestadas. La niña fue interrogada por el jefe policial, quien le preguntó los datos del misionero, a lo que ella respondió que era muy pequeña para saber esas cosas.
Luego, el policía le dijo que si hablaba contra Dios, le perdonaría la vida. Pero Anastasia respondió: “no sabía cómo adorar al Señor hasta que llegué al uso de razón a los siete años. También era muy joven para leer libros. Pero desde los siete años hasta ahora, he adorado al Señor. Por lo tanto, no puedo traicionarlo ni hablar mal de Él incluso si tengo que morir mil veces”.
Anastasia fue llevada a prisión sin ser torturada porque era niña. Su madre dudó de su firmeza y le dijo que “seguramente traicionarás al Señor ya que no tienes valor para afrontar la tortura”. La pequeña respondió que nunca haría eso y le prometió a su madre mantenerse fiel a la enseñanza de la Iglesia “sin importar la clase de tortura que tuviese que sufrir”.
El jefe policial insistió a Anastasia para que salvara su vida, pero tampoco cedió. Luego fue amenazada muchas veces pero tampoco sucumbió a la prisión. Al darse cuenta de que no iba a ceder, finalmente la autoridad ordenó que fuera torturada.
Además que ser testigo del martirio de su madre. Ya como huérfana se mantuvo firme hasta el final y el jefe policial, cuando ella no había cumplido aún los 12 años de edad, ordenó que fuera ahorcada en la prisión el 5 o 6 de diciembre de 1839.
martes, 12 de agosto de 2014
Mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador
Mons.
Pedro Agustín Rivera Díaz
En
la celebración de la Asunción de la Virgen María al Cielo, el texto bíblico
tomado del Evangelio de san Lucas, (Lc 1, 35-56), nos habla de la visita que la
Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María,
el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo.
Este
bello pasaje, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”.
Por eso reflexionemos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se
alegra en Dios, mi Salvador!
La
Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en
su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene
fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que
cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.
Estos
motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para
nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no
tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos
experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque
Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos
Vida Nueva y Vida Eterna?
El
fragmento bíblico que meditamos, también señala que la Virgen María regresó a
su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las
dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la
Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella,
podemos percibir en la Virgen María la permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador!
Nosotros,
ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada
día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce
miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y
enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir
atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión
de salud mental.
Hoy
dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con
la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él
brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.
Jesús,
nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el
Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la
Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn
10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es
auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es
eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es
importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad
fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la
Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.
Hoy,
y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente
en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos
nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi
espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!
“Padre
amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús
y derramar la gracia de tu Espíritu en
mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te
hacen presente en medio de la humanidad”.
Homenaje a Mons. Juan
Esquerda Bifet
Como
un reconocimiento a 60 Años de Vida Sacerdotal, Familia Eucarística, realizó un
emotivo homenaje a Mons. Juan Esquerda Bifet, quien compartió su testimonio y
algunas experiencias de estos 60 años.
Comentó
que en este lapso ha celebrado alrededor de 22 mil Misas, aunque señaló que “No
son muchas, es una sola, pues el sacrificio de Jesús, no se repite, se
actualiza”.
Además,
a lo largo de este tiempo, Mons. Juan Esquerda ha dado formación, direcciones
espirituales, conferencias, ha escrito varios libros, etc. “En estos temas, me
he centrado en tres líneas: Sacerdocio, Misión y Espiritualidad”.
Compartió
que su vocación nació un poco en relación al Padre Miguel Agustín Pro, “Cuando
empieza la persecución religiosa, incendiaron parroquias y en la mía sacaron
las imágenes y las quemaron. Me acerqué a aquella hoguera y vi a un Cristo
grande con el rostro en llamas, yo era un niño y me asusté mucho”.
“Cuando
cursaba el primer año de bachillerato, no sé por qué pero le dije a mi papá que
ya no quería estudiar más. Hablé con un maestro y le dijo a mi papá que yo
tenía vocación de sacerdote y quise hacer la prueba. Durante 30 días, tenía que
estar en oración frente al Santísimo, al principio no descubría nada, pero
después, desde ese entonces, que era el año 1943, me es imposible dejar las
visitas a al Santísimo”.
Derechos del
Concebido concluyó con éxito misión por la vida
En la misión por la vida que emprendió Derechos del Concebido por el sureste de México, llevó un mensaje de amor y esperanza a distintas ciudades de nuestro país, promoviendo el respeto a la vida de todo ser humano desde el momento de su concepción hasta su fin natural.
En
algunos de estos Estados, desde Derechos del Concebido A. C., ya se ha venido
realizando un trabajo organizado a favor de la vida, y en otros, durante esta
misión, se ha dado la apertura por parte de laicos, sacerdotes y Obispos para
iniciar esta importante labor.
Los
lugares donde asistieron a esta misión
son: Prelatura de Cancún- Chetumal con el Obispo Pedro Pablo; Mérida, con el
Padre Fernando Medeira; Campeche, con el Padre Marcelino, encargado de la
Pastoral Familiar; Tabasco, con el Padre Carlos; Chiapas, con el Obispo de San
Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi; entre otros.
Además
se fundó una nueva sede en Perote, Veracruz y se firmó el acta de
protocolización de la sede de Coatzacoalcos.
Tu
también sé “Voz de los que no tienen voz”. Informes al 5207-3578 derechosdelconcebido@yahoo.com.mx
lunes, 11 de agosto de 2014
14-08-11 LECTIO DIVINA.
Santa Clara. Mt 17, 22-27.
LA IMPORTANCIA DEL TESTIMONIO. Ciertamente la vida es corta, y hoy parece que cada vez está más acelerada y todo pasa rápido. La noticia de hoy, pronto es suplantada por un nuevo acontecimiento y en medio de esta vorágine de hechos se nos olvida de la importancia del testimonio. Dar testimonio significa tener conciencia de quién soy y por qué hago, lo que hago. Dar testimonio es enseñar a las nuevas generaciones y respetar al otro que tiene derecho a conocer los principios que rigen mi vida. Dar testimonio es ser fiel a mí mismo y a mis valores. Dar testimonio es ayudar a que el mundo sea mejor. Dar testimonio es manifestar mi identidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.
Santa Clara. Mt 17, 22-27.
LA IMPORTANCIA DEL TESTIMONIO. Ciertamente la vida es corta, y hoy parece que cada vez está más acelerada y todo pasa rápido. La noticia de hoy, pronto es suplantada por un nuevo acontecimiento y en medio de esta vorágine de hechos se nos olvida de la importancia del testimonio. Dar testimonio significa tener conciencia de quién soy y por qué hago, lo que hago. Dar testimonio es enseñar a las nuevas generaciones y respetar al otro que tiene derecho a conocer los principios que rigen mi vida. Dar testimonio es ser fiel a mí mismo y a mis valores. Dar testimonio es ayudar a que el mundo sea mejor. Dar testimonio es manifestar mi identidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.
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