Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
1. Todos los días debo ponerme en el presencia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, porque “en Dios nos movemos, existimos y somos” (Hch 17,28) y porque Jesús quiso quedarse, real y verdaderamente, con su Cuerpo y con su Sangre, en la Hostia Consagrada, para que nos alimentemos de Él y Él esté en nuestro corazón.
2. Dios me ama y necesito ponerme bajo su mirada amorosa para experimentar su amor. Sólo el amor puede llevar al ser humano a su plena realización y el único amor que puede saciar el ansia de ser amados es el Amor de Dios.
3. Dios es Dios y amo al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y Ellos me aman a mi.
4. Al estar ante Dios y su amor misericordioso, puedo y debo pedirle perdón por los pecados del mundo y los míos.
5. Reconociéndome amado por Él, puedo unirme, movido por el Espíritu Santo, al sacrificio redentor de Jesucristo para gloria del Padre, en comunión con toda la Iglesia, en el Espíritu Santo.
6. Sé que Jesús me ama y está siempre dispuesto a derramar su amor y auxilio sobre mí y la humanidad. Confiadamente puedo pedirle por las necesidades del mundo, de los demás y las mías.
7. Experimentándome amado(a) por Dios, puedo compartir con Jesús mis sentimientos, preocupaciones y anhelos.
8. A Jesús, Sabiduría Infinita de Dios, puedo pedirle que ilumine mi inteligencia y me guíe sobre lo que tengo que realizar para Gloria Suya, bien de los demás y provecho propio.
9. Dios lo puede todo, puedo pedirle que fortalezca mi voluntad para que yo realice siempre Su Voluntad.
10. Dios es para mí y yo soy para Él, y esto ha de generar una profunda alegría en todo mi ser. Con mis palabras y acciones, todos los días, he de procurar ser Transparencia Suya y hacerlo presente en el mundo, participando en la acción misionera de la Iglesia, construyendo la cultura de la vida y la civilización del amor, expresiones de su Reino de Amor.
11. “Urge que Él reine” (1Co 15,25) y la única recompensa que quiero es que todos lo conozcan y lo amen. Por eso he de prolongar, a lo largo del día y de mi vida, el gozo de adorarlo en la Eucaristía y he de extender su Reino promoviendo la cultura de la vida y la civilización del amor.
12. Agradecido(a) con Dios, por ser miembro de la Iglesia Católica, he de participar de su acción misionera y estando al servicio de los demás, he de ser apóstol de su misericordia Divina, haciendo este mundo mejor.
13. El Amor de Dios es Eterno, Infinito e Incondicional. He de concluir siempre mi oración con una acción de gracias, dispuesto a continuar, a lo largo del día con eta experiencia de su presencia amorosa: en cada acontecimiento, en cada palabra o acción, en cada persona, en mi interior y en mi exterior.