viernes, 10 de febrero de 2012

Te invito al Concierto Extraordinario de la pianista Eva María Zuk


Acude en compañía de tus amigos y familiares.
Te espero.

Mons. Pedro Agustín

Meditación del 10 de febrero del 2012


EL PADRE NUESTRO, EN ORACIÓN CONTEMPLATIVA

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

Tu respuesta es muy importante. Ojalá me envíes respondido, este pequeño cuestionario.  DIOS TE BENDIGA

Hemos concluido la meditación sobre el Padre Nuestro,
¿Fue de tu agrado?   Sí__  No___  ¿En qué te ayudó? ___________________________________
¿Compartiste estas meditaciones?  Sí__  No____ ¿cuántas personas? _____
Impresas_____ vía e-mail  ________   Facebook ________ en grupos de oración _____________
Al principio mandaba una meditación diaria, pero me da la impresión de que las que envío en fin de semana no se leen. ¿Tú que piensas?  ______________________________________________________________
¿Qué sugerencias me haces sobre las meditaciones? ____________________________________

Por si te faltó alguna meditación, las puedes encontrar en:

ME HAN PREGUNTADO QUE SI PUEDEN DIFUNDIR LAS MEDITACIONES QUE LES HE ENVIADO Y LA RESPUESTA ES QUE SÍ, el lema que rige mi vida, centrado en Jesús, es “que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero”. Por lo que, por favor no dejen de compartir todo el material que aparece en las direcciones electrónicas mencionadas y lo que les envíe.  DIOS LES BENDIGA.

La oración del “Padre Nuestro” comienza con la forma más sublime con la que podemos dirigirnos a Dios al llamarla Abbá, término arameo que traducimos como “Padre”, pero que los exégetas señalan que su traducción es más íntima, pues tiene que ser “Papá” o “Papacito”. Después de este término, podríamos decir que cada petición va en un orden descendente, hasta llegar a lo que “terrenamente” nos afecta, “el mal”.
La oración que a continuación te presento, parte de la meditación del Padre Nuestro, desde lo más terreno “el mal”, hasta lo más sublime, llamarle a Dios, “Papá”.

EL PADRE NUESTRO, EN ORACIÓN CONTEMPLATIVA

+ Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. Amén.

Al comenzar mi oración de contemplación te pido Padre me libres del mal. Tres son los enemigos del alma: la carne, el mundo y el malo.

Líbrame, Padre, del mal que procede de mi propia naturaleza herida. Líbrame de mi pecado y de sus consecuencias. Sana mi memoria. Sana mi psicología, mis sentimientos, mis emociones. Quita mis ideas obsesivas, miedos, temores y depresiones. Sáname de mis traumas, complejos y frustraciones, así como del recuerdo de mis decisiones y acciones equivocadas. Sana, Señor, mi mente y mi corazón, para que siempre procure hacer el bien. Enséñame a amarme y a aceptarme tal y como soy, para siempre esforzarme en ser mejor. Sáname de mis adicciones en el campo de las drogas, del alcohol, de la sexualidad mal encaminada, de la pornografía, de la Internet. Si es tu voluntad, sáname de mis males corporales, pero sobre todo ayúdame a sobrellevar pacientemente cualquier calamidad, en particular las que proceden de mis errores y pecados, de mis limitaciones físicas y enfermedades o por la edad. Concédeme, Padre, para Gloria Tuya, aprovechar todo lo que me aqueje para unirme a la Cruz redentora de Jesús y comprar muchas almas para Ti: Padre, lleno de amor.

Líbrame también de mal que procede de causas naturales como temblores, inundaciones, tempestades, etc. Líbrame del mal que proviene de mis hermanos y que se traduce en rechazo, discriminación, críticas, insultos, y en casos extremos de golpes, secuestros e incluso asesinatos.

También, Padre, líbrame de las acechanzas del enemigo y de sus engaños. Cúbreme con la Sangre preciosa de tu amadísimo Hijo, Jesucristo y seguro(a) que me has librado del mal, dame tu paz.

No me dejes caer en la tentación de dudar de Ti o de la salvación que me has dado en Cristo Jesús. No permitas que me cierre a tu amor, que niegue tu presencia en mí o busque soluciones ajenas a tu plan de amor. No permitas que me aleje de la Iglesia o de los sacramentos, ni permitas que caiga en prácticas supersticiosas o esotéricas y si alguna vez lo he hecho, renuncio a ellas y a las consecuencias que me pudieran traer.

Padre, enséñame a perdonar para tener un corazón libre de rencores, resentimientos, o envidias. Dame un corazón limpio para amar: a Ti y a mis hermanos.
Perdóname la pena merecida por mis pecados, me duele ser un pecador y no valorar debidamente el sacrificio redentor de Jesús, mi Señor y Salvador.

Dame Señor, en el pan de cada día lo necesario para vivir y compartir; pero sobre todo dame a Jesús Eucaristía, alimento de Vida Nueva y Eterna, para que alimentado de Él, en Él me transforme, hasta que pueda decir como san Pablo: “ya no vivo yo, es Cristo Quien vive en mí” (Gal 2,20).

Permite, Señor, que tu Voluntad se haga en mí para que dé testimonio, de que es posible unirse a ella, en alegría, pues así colaboraré para que “todos lleguen al conocimiento de la Verdad y se salven” (1 Tim 2,4).

Concédeme participar en la acción misionera de la Iglesia para darte a conocer, pues la Vida Eterna consiste en que “todos te conozcan a Ti, Padre, y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17,3).

Te pido Padre que venga tu Reino a mi corazón. Sé Tú el Rey de mi vida, pues todo lo que tengo es tuyo y yo mismo soy de Ti. Por eso Padre me entrego todo(a) a Ti, me vacío de mi voluntad, de mi pensar, de mi querer, pues Tú eres el Rey y Señor de mi pasado, de mi presente y de mi futuro. Señor, en Ti confío. Padre, como un niño confiado “me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy gracias, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus creaturas. No deseo nada más, te confío mi alma, te la doy con todo el amor del que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos porque Tú eres mi Padre” (Charles de Foucauld).

Padre, santificado sea tu Nombre por mí y en mí, porque a todos nos llamas a la santidad y yo quiero colaborar Contigo, aceptando tu designio amoroso, poniendo todo lo que esté de mi parte para ser santo.

Padre mío y nuestro; si bien es cierto que yo soy tuyo, Tú no eres de mi propiedad, a todos nos amas por igual. En Ti, todos los humanos son mis hermanos, cercanos o lejanos, y así los quiero amar, incluso a los que hablaran mal de mí, no me quisieran, me persiguieran, pretendieran hacerme algún mal o me lo hubieran hecho. Dame tu Espíritu, “Papá”, y concédeme experimentarme amado por Ti, para amarte por encima de toda persona o cosa y, en todo y en todos, amarte a Ti.

Te llamo con el dulce nombre de Abbá, “Papá”, porque no sólo eres mi Creador, sino que me amas tanto que me has redimido por tu Unigénito, y me has dado tu Espíritu Santo para que reconozca y proclame que Jesús es Señor, que Tú eres mi “Papá” y que yo, en Él, soy tu hijo.

Alegre por esta realidad, invito a los ángeles, a los santos y a la Virgen María para que me enseñen y me acompañen a adorarte a Ti, Dios Uno y Trino.

Ven, Trinidad Santa, y habita en mí, para que te adore en espíritu y en verdad. Ven, Trinidad Santa, y habita en mí, para que postrado(a) ante Ti, te adore con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi fuerza, con todo mi ser (cf. Mt 22, 37). ¡Ven a mí Padre! ¡Ven Jesús! ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven Dios, Uno y Trino! Lléname con tu amor, para que te adore, en mi aquí y ahora, y hasta la eternidad.
Te adoro Padre, te adoro Cristo, te adoro Espíritu Santo.

Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro Pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.


+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.