Al
mediodía del pasado domingo 15 de abril, el Cardenal Norberto Rivera Carrera
celebró la solemnidad de la Divina Misericordia. En su homilía recordó el pasaje
del Evangelio de San Juan en el que se presenta Jesús frente a sus discípulos
“en su nueva condición de resucitado”.
Más
adelante destacó que Jesús es el Salvador y que fuera de Él no hay salvación,
por ello el beato Juan Pablo II decretó la solemnidad de la Divina
Misericordia, exaltando así el amor misericordioso de Dios, que redime a los
pecadores a través de su muerte y resurrección.
Su Santidad Juan Pablo II quiso acentuar esta misma verdad al decretar
que este segundo domingo de pascua se celebrara como “Domingo de la Divina
Misericordia", exaltando así la divina misericordia en este tiempo
pascual. El mensaje de Jesús resucitado, es el mismo que dio a sus primeros
discípulos, que se refugiaron al anochecer, con las puertas cerradas por miedo:
"La paz esté con ustedes". Es el mismo saludo que el obispo repite
continuamente a los que se reúnen en torno a Jesús, como para que el mensaje
penetre en lo más profundo de la comunidad y se alegre con la paz de Cristo que
está basada en la presencia y en la victoria de Jesús, está basada en su amor
misericordioso que nos redimió con su muerte y su resurrección”.
En
su reflexión, el Arzobispo Primado de México exhortó a los fieles católicos a
experimentar la paz de reconocerse pecadores y acudir al sacramento de la
reconciliación para escuchar que hemos sido absueltos de nuestros pecados.
La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios es infinita, es
también infinita la profundidad y la fuerza del perdón que brotan continuamente
del admirable sacrificio de su Hijo y de su gloriosa resurrección. No hay
pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la
limite. Precisamente porque existe el pecado en el mundo, al que "Dios amó
tanto... que le dio a su Hijo Unigénito", Dios que "es amor" no
puede revelarse de otro modo si no es como un amor misericordioso. La
misericordia significa una potencia especial del amor, que prevalece sobre el
pecado y la infidelidad del Pueblo elegido.
Por
último, el Prelado reconoció que la Iglesia y el mundo necesitan practicar la
misericordia, porque el perdón es la expresión original del amor cristiano sin
la cual “aún las exigencias más fuertes de la justicia humana corren el riesgo
de ser injustas e inhumanas”. Luego aclaró que “En ningún caso del mensaje
evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan
indulgencia para con el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje
cometido”.
Es menester que la Iglesia de nuestro tiempo adquiera conciencia más
honda y más concreta de la necesidad de dar testimonio de esa Divina
Misericordia en todo su quehacer, siguiendo la tradición del mismo Jesucristo y
de sus Apóstoles. Jesucristo nos ha enseñado que el hombre no sólo recibe y
experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar
misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia", "Sean misericordiosos como su
Padre Celestial es misericordioso". La misericordia se hace elemento
indispensable para plasmar las relaciones mutuas entre los hombres, en el
espíritu del más profundo respeto de lo que es humano y de la recíproca
fraternidad.