11-12-10. SÁBADO 2ª Semana de Adviento.
TRABAJAR, SIN ENVIDIA
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
Evangelio: Mateo 17,10-13: Cuando bajaban de la montaña, los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?" Él les contestó: "Elías vendrá y lo renovará todo. Pero les digo que Elías ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos." Entonces entendieron los discípulos que se refería a Juan, el Bautista.
I.- ENSEÑANZA BREVE: Una figura importante del Adviento es San Juan Bautista, primo del Señor Jesús. Hijo de Isabel, prima de la Virgen María y de Zacarías, sacerdote del Templo de Jerusalén.
San Juan, con seis de meses de edad, en el vientre materno, en cuanto escuchó la voz de la Virgen María brincó. Al mismo tiempo, Isabel, su madre, llena del Espíritu Santo, comprendió que el salto de alegría de su bebé era porque “la Madre de su Señor” (Lc 1,44) los había ido a visitar.
Desconocemos la relación entre estos dos primos, en su infancia y juventud, pero ciertamente, los lazos familiares y de afecto que entre ellos hubo, fueron profundamente reforzados por la fe, pues Juan Bautista será el precursor, que anunciará a Jesús, Quien vendrá a bautizar con el Espíritu Santo (Lc 3, 16).
La fidelidad de Juan hacia Jesús es extraordinaria, pues él era un profeta afamado en su época y tenía seguidores. Sin embargo, él se presenta como quien prepara el camino para que llegue Otro. Incluso dirá “es necesario que Él crezca y disminuya yo” (Jn 3, 30). La fe, el amor y la congruencia de Juan propiciarán que en su momento, él mismo envíe a dos de sus discípulos a que sigan a Jesús, a quién él, el Bautista, les presentó como el “Cordero de Dios” (cfr. Jn 1, 35-37). Juan Bautista, llegado el momento, ofrecerá su vida en martirio (Mc 6 27-29) por predicar la Verdad.
Hacen falta muchos Juan Bautista, para predicar el Evangelio, para ser testigos de la Verdad y para trabajar, sin envidia, por el bien de los demás.
II.- VER - JUZGAR – ORAR - ACTUAR
VER | La envidia, uno de los llamados pecados capitales, es una grave falta de caridad hacia el prójimo, puede ser el punto de origen para el odio y puede estar a la base de injusticias, pleitos e incluso guerras, pues consiste en considerar el bien del prójimo como un mal para uno. La envidia se puede centrar en las cosas que otro tiene (puede llevar al robo), en los honores que recibe (puede llevar a la difamación y al chisme) o en las cualidades que posee (puede llevar al asesinato). Desafortunadamente, en diversos ambientes se vive la envidia como algo común y en base a ella se toman decisiones injustas y/o se hacen alianzas para perjudicar a una persona o a un grupo de ellas. La envidia obstaculiza el pleno desarrollo del ser humano, pues quita la paz y disminuye la alegría. Los efectos de la envidia se pueden experimentar en dos vías. Una, cuando se es víctima de la envidia de otros. La segunda, y más grave, cuando la envidia se apodera del corazón, pues quien la padece, además de victimario y por lo mismo injusto, no puede ser feliz, vive amargado y esto además de notarse en sus expresiones, puede llevar a enfermedades graves como la paranoia o delirios. | |
JUZGAR | La virtud contraria a la envidia es la caridad, la cual implica un corazón grande para amar y admirar las cualidades del otro, alegrarnos por los honores que recibe y por los bienes que posee. La envidia siempre será una expresión de carencia de Amor y de autoestima. Cuando abrimos nuestro corazón al amor de nuestro Padre Dios, comprendemos que a todos nos ama y que nos da lo que necesitamos para ser felices. Cuando dejamos de ver a Dios, no captamos cuanto nos ama; si además nos fijamos en lo que los demás tienen, sin valorar lo que tenemos, podemos abrir un hueco para que la envidia, el desaliento y/o la frustración, entren en nuestro corazón. Si soy víctima de la envidia de otros, en lugar de perder la calma, angustiarme, llenarme de miedo, pensar cómo me defiendo o de qué manera oculto las cualidades que Dios me dio.; deberé entrar en mi corazón para agradecerle por los dones con los que me ha dotado y mantenerme firme en la decisión de hacer con ellos el mayor bien posible. Deberé pedirle a Dios que me fortalezca para que las críticas no me afecten y mucho menos engendre sentimientos de odio o resentimiento hacia quienes me rechazan. Finalmente pediré por ellos, para que en su corazón herido por la envidia, entre la paz de Dios. Ser víctima de la injusticia a causa de la envidia de otros, me da la oportunidad de aprender a amar y a perseverar haciendo el bien, aún en situaciones adversas y además es una oportunidad para ofrendar la agresión a Jesús y unirme a Él, para “comprar almas para Dios”. Si soy yo quien tiene envidia, humildemente deberé pedirle perdón a Dios, por estar cerrado a su amor y por no comprender que no necesito de ninguno de los bienes del otro, sino que con lo que Él me da, puedo ser plenamente feliz. Una expresión de que el amor de Dios está en tu corazón y te esfuerzas por poner en práctica su palabra, es la felicidad y la autorealización que experimentas en tu vida, pero sobre todo la libertad y el amor con que actúas, procurando hacer este mundo mejor, teniendo como meta la santidad, para llegar al Cielo. Los santos, desde un punto de vista humano, son las personas más realizadas y seguras de sí mismas, porque el centro de su atención no es ningún bien terrenal ni el de ser mejor que otra persona, ya que sólo buscan la Gloria de Dios. Seguramente que las siguientes frases, de diversos autores, en algo reforzarán nuestro deseo de tener un corazón generoso como el de San Juan Bautista, para mantenernos en el seguimiento de Jesucristo y para poner lo mejor de nosotros mismos para la construcción del Reino de Dios: “Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro”. “La peor prisión es un corazón cerrado”. “Disfruta tu vida sin compararte con los demás”. “Quien mira demasiado las cosas ajenas no goza de las propias”. “La envidia es una declaración de inferioridad”. “El sabio no envidia la sabiduría de otro”. | |
ORAR | Una oración, que en algún tiempo tuve frecuentemente en mi corazón y que en algunas ocasiones digo, es: “Señor permite que nunca me sienta mal por las cualidades, honores o bienes de alguna persona, que a nadie le deseé el mal y que nunca me alegre por la desgracia ajena. Al contrario Señor, dame un corazón generoso para descubrir y admirar las cualidades del otro, valorarlo y ayudarlo siempre a ser mejor”. | |
ACTUAR | A la hora de tomar los alimentos encenderé una vela de la Corona de Adviento y diré “Ven Señor Jesús a mi corazón y a mi familia, para que te adoremos como lo hicieron los pastores y los magos. Concédenos que en estos alimentos reconozcamos tu providencia y en nuestra convivencia familiar te hagamos presente con nuestra alegría”. Señor Jesús, haz que el amor y aprecio a mi prójimo sea mi felicidad. |
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“Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero”. Madre María Inés Teresa (Beatificación 21-abril-2012)