martes, 14 de junio de 2011

HACER PRESENTE EN LA TIERRA A DIOS PADRE EN EL AMOR

MONS. PEDRO AGUSTÍN RIVERA DÍAZ
AMAR COMO CRISTO

Domingo XVIII. Ciclo C. Eclesiastés (Cohélet) 1, 2; 2, 21-23. Salmo 89. Col 3, 1-5. 9-11. Lc 12, 13-21.
La enseñanza que podemos obtener de la Palabra de Dios del Domingo XVIII, del ciclo C, no sólo se refiere a la riqueza material, sino a todo aquello que se traduce en hedonismos, consumismo y estilos de vida que nos alejan del plan amoroso de Dios.

Para que seamos conscientes de esa realidad nos recuerda el Cohélet, que “todo es vana ilusión” y el salmo 89, señala que nuestra vida es breve y todos los humanos, al morir, nos haremos polvo. Estas palabras, aisladas de su conjunto, podrían darnos una idea pesimista de la vida y de la fe, sin embargo están dichas de tal manera que nos invitan a reflexionar sobre el sentido más profundo de nuestra vida y son una invitación para que poniendo nuestra mirada en Dios sepamos disfrutar de esta vida y ella misma sea un medio eficaz de llegar al Cielo.

En el fragmento del Evangelio señalado, leemos cómo el Señor Jesús, nos invita a que más allá de nuestras discusiones sobre herencias u otros temas, que siempre serán pasajeros, sepamos poner la “mirada en lo que vale a los ojos de Dios”. Así mismo, san Pablo al dirigirse a los colosenses, les exhorta a buscar “los bienes de arriba” y a “poner todo el corazón en los bienes del Cielo”. Esta visión y esos consejos no son idealistas ni hacen de los cristianos, personas desfasadas de la realidad, sino al contrario, al invitarnos a ponernos por encima de los problemas y de las limitaciones de la vida diaria, nos dan un parámetro para reflexionar y tomar decisiones por encima de las “urgencias del consumismo y del placer”, de las “precipitaciones generadas por el miedo” y del “egoísmo que busca el poder y el aprovecharse de los demás” en lugar de buscar el “bien común”.

San Pablo, también señala que este buscar “las cosas del Cielo”, nos alejan “de la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia”. Haciendo referencia a otros pasajes de la Sagrada Escritura y en la misma historia de la Iglesia, sabemos que el “buscar las cosas de Dios” propicia el que hombres y mujeres desarrollen sus capacidades al máximo y poniéndolas al servicio de los demás, alcancen las mayores alturas del desarrollo personal y comunitario. Para ejemplificar esto, basta conocer más la vida de los santos para imitarlos. Efectivamente, ellos, poniendo su “mirada en las cosas del Cielo”, se despojaron “del modo de actuar del viejo yo y se revistieron del nuevo yo” de tal manera que conforme “fueron adquiriendo el conocimiento de Dios, que los creó a su propia imagen”, se renovaron y fueron transformando su vida, la de las personas que les rodeaban e incluso de la humanidad. Allí tenemos el ejemplo de san Francisco, santa Clara, santa Teresa de Jesús, el santo Cura de Ars, san Juan Bosco, la beata Me. Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y muchos, muchos más.

¿Qué es lo que cambió y transformó su vida?, que buscaron las cosas del Cielo, antes que su propio provecho, y en ellos se cumplió lo que el mismo Señor Jesús enseñó: “busquen primero el Reino de Dios y todo lo demás se les dará por añadidura”. El problema para muchos de nosotros es que más que buscar las cosas de Dios, buscamos las añadiduras y en ellas nos quedamos y no llegamos a Dios, porque hacemos de ellas verdaderos ídolos.

¿Al buscar las cosas del Cielo a Quién o Qué vamos a encontrar? Encontrar ese tesoro en el Cielo, ¿de qué manera afecta mi vida? ¿Lo que encontremos en el Cielo, también lo podremos encontrar en la tierra? ¿Cómo hacer presente el Cielo en la tierra?
En primer lugar tenemos que reconocer que a Quien encontraremos será a la Santísima Trinidad, es decir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, junto con la Virgen María y los santos. En el Cielo encontramos la plenitud del amor de Dios. Dado que en el Cielo se hace plenamente la voluntad del Padre, en él encontramos el Sumo Bien, la Suma Verdad, la Suma Belleza, la Suma Justicia, la Suma Felicidad.

Saber que esto es lo que encontraremos en el Cielo, nos debe llevar a comprometernos a hacer presente en la tierra a Dios Padre en el amor, en la bondad, en la verdad, en la belleza, en la justicia y en la felicidad, cualidades que el Padre ha sembrado en nuestros corazones, por lo que acrecentándolas en nuestras vidas, debemos hacerlas fructificar en los demás con nuestras palabras y buenas obras; de tal manera que nuestro corazón sea un anticipo del Cielo y nosotros, con nuestro testimonio, seamos presencia del amor del Padre en medio de la humanidad. En nuestros oídos han de resonar constantemente como un reto aquello que san Pablo dice a los Romanos (Rm 8,19) “la creación espera vivamente la revelación de los hijos de Dios”, porque ciertamente el Reino de Dios, como anticipo del Cielo está presente en el corazón de los santos y ellos son los que de una manera particular, con su vida, permiten a la humanidad contemplar el Cielo, aquí en la tierra.

Seguramente, para cada uno de nosotros, que nos reunimos para meditar la Palabra del Señor y alimentarnos del Cuerpo y Sangre de Jesús, entendemos que el aspirar a las cosas de Dios y contemplarlas, nos compromete a ser santos.

Pero ¿quién es un santo?, en opinión de san Pablo: es el que imita a Cristo, según santo Tomás de Aquino es el que ama perfectamente a Dios, para san Juan de la Cruz es el que se vacía de sí mismo para dejarse llenar de la presencia trinitaria, y para santa Teresa es el que se adhiere totalmente a la voluntad de Dios. En un intento de conjuntar lo anterior permítanme decirles que un santo es el que ama como Cristo y por lo mismo se experimenta amado por su Padre Dios y ama al Padre y a sus hermanos.

¿Cómo amó Cristo? En primer lugar viviendo totalmente a la voluntad amorosa del Padre, por eso Él es quien nos revela el amor misericordioso del Padre, que se derrama sobre la creación entera y de manera particular en el ser humano. La Buena Noticia que Jesús trae a la humanidad y a tu corazón es que el amor personal del Padre se dirige a la humanidad entera, sí, pero también sobre ti, sobre mí, de tal manera que tú y yo, en Jesús somos Hijos del Padre, por lo que en la medida que amemos al Padre como Jesús lo amó, nos iremos cristificando y al igual que nuestro Hermano Mayor y Salvador, cumpliremos la tarea de ser misioneros del Padre.

La otra característica de amar como Cristo, es que su amor llega a toda la humanidad, por lo que nuestra tarea es amar al hombre y procurar que el Reino de los Cielos llegue al corazón de cada persona, de ahí que este amar al Padre y amar como Jesucristo, con la gracia del Espíritu Santo, al tiempo que transforma nuestra vida, nos lleva a transformar al mundo, por lo que nada de lo que le ocurra al hermano nos es ajeno y por lo mismo más que apreciar los bienes materiales para nuestro provecho, entendemos que con ellos tenemos que hacer el mayor bien posible, trabajando para que: la bondad se manifieste en la solidaridad para con todos, la verdad haga libres a toda persona, la belleza dignifique a todos ser humano, la justicia impere en las relaciones interpersonales, la felicidad en la tierra sea un anticipo de la felicidad de la vida eterna y el amor del Padre esté en todos los corazones, de tal manera que el Reino de Dios se manifieste en nuestros tiempos como cultura de la vida y civilización del amor.

Esa es nuestra tarea y la podremos realizar si hacemos presente en el mundo el amor de Dios Padre. Que santa María de Guadalupe nos acompañe y sostenga en esta acción.

Oración para ésta semana

Te invito a que abandonando tus preocupaciones, dediques un momento para hablar con Dios, repite éstas palabras con lo más hondo del corazón:

NADA TE TURBE
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta.