viernes, 21 de octubre de 2011

Meditación del 22 de Octubre del 2011

11-10-22. SÁBADO
Lc 23, 46.

EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU.

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

En este sábado te invito a contemplar la Séptima Palabra que el Señor Jesús pronunció en la Cruz. Ciertamente no estamos en Cuaresma, por lo que seguramente apreciarás mejor esta meditación.

I.- ENSEÑANZA BREVE: Todos los días podemos ponernos en las manos amorosas de nuestro Padre Dios, todos los días hemos de morir a nuestro pecado. Para lograr esto, el Señor Jesús nos da su Espíritu.

II.- VER - JUZGAR  -ACTUAR
VER
Muchas personas le tienen miedo a la muerte, sin darse cuenta que todos los días morimos para dar inicio a una nueva vida. Esto ocurre a cada instante, pues el tiempo pasado ya no existe. Lo mejor es que en Jesús, al morir resucitamos y así, siempre unidos a Él, en el Él, tenemos Vida Nueva.
JUZGAR
El Señor Jesús muere en la Cruz, para manifestarnos cuánto nos ama y para darnos su Espíritu, de tal forma que, cada día, muriendo en Él, vivamos en Él. Jesús resucita para que todos los días tengamos Vida Nueva y un día alcancemos la Vida Eterna.
ACTUAR
Me esforzaré cada día, en manifestar la gracia del Espíritu Santo en mi corazón y que Jesús me da en la Cruz. Así, a cada instante y especial en los momentos más difíciles, cuando sienta que la angustia me agobia, le diré: “Señor, que muriendo en la Cruz, me das tu Espíritu, para fortalecerme y darme vida nueva, llévame al Padre, en TI CONFÍO.

III.- LECTIO DIVINA. Leer – meditar – orar – contemplar - actuar.

LEER
En tus manos encomiendo mi Espíritu (Lc 23, 46). Las últimas Palabras de Jesús en la Cruz son una invitación para que aprenda a abandonarme amorosamente en los brazos del Padre y recibir al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el amor que procede del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Cuando Jesús entrega su Espíritu en el momento de morir, expresión de su total entrega amorosa, es como si la unión que siempre existe en las Tres Divinas Personas, “nuevamente se plenificará” en la Eternidad. Jesús, eternamente está unido, plena y totalmente, con su Padre, por obra del Espíritu Santo. Las palabras de Jesús: “En tus manos encomiendo mi Espíritu”, también nos sitúan en el momento de la Encarnación. Este “instante de eternidad” Jesús lo señala anticipadamente cuando dice “he salido del Padre y he venido al mundo, ahora dejo de nuevo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). El acto libre y amoroso con el que Cristo se encarna en el seno purísimo de la Virgen María está en continuidad con el momento en que Jesús regresa al Padre, abandonándose en los brazos amorosos de Él.

En la Cruz, Jesús nos une a la Santísima Trinidad cuando nos da su Espíritu y nosotros nos introducimos y quedamos unidos al Misterio del Amor Trinitario cuando recibimos al Espíritu de Dios.

Jesucristo se entrega, todo Él, por la salvación del mundo y así, con la ofrenda de su ser, no solo “me compra” y me rescata junto con toda la humanidad, para su Padre Dios, sino que además me da su Espíritu de amor. Con su sacrificio redentor Jesús me hace hermano Suyo, hijo del Padre y Templo del Espíritu Santo. Esta entrega es la que me ayuda a ponerme y abandonarme en las manos amorosas del PADRE y a pedirle y a agradecerle a JESÚS el DON DEL ESPÍRITU SANTO.

MEDITAR
En el “hoy” de Jesucristo, yo me puedo unir a su sacrificio redentor y confiadamente, movido por el Espíritu Santo, ponerme en las manos amorosas del Padre, suplicando y dejando que en mí, se haga su voluntad, para bien mío y salvación de la humanidad. Saciando su sed de almas y “comprando muchas para Él”, siempre podré decir: “Padre… me pongo en tus manos, me entrego a tu amor, a tu bondad, a tu generosidad; haz de mí lo que quieras, pero dame almas, muchas almas, infinitas almas...” (Madre María Inés Teresa).

Jesús, al morir, hace su entrega total y perfecta al Padre y a nosotros. En la Cruz Jesucristo nos da al Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, fuente inagotable de Vida Nueva y Eterna. De su corazón traspasado brotan agua y sangre, símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, fundamento y alimento de la Iglesia, que vive de la Eucaristía.

San Pablo nos enseña que el Espíritu Santo es Quien hace que podamos llamar a Dios: “Abba”; término muy familiar que podemos traducir como: “papá”, “papacito” (Rom 8,15). El Espíritu Santo es también, Quien nos lleva reconocer que Jesús es Señor (1Cor 12,3). Por eso en la Cruz, Jesucristo al darnos al Espíritu Santo, nos introduce en la relación filial íntima de ser hijos de Dios, para abandonarnos a su amor.

Jesús no me impone nada, toca a la puerta de mi corazón y me invita a que le abra para que Él y su Padre, en el amor del Espíritu Santo, habiten en mí.

Jesucristo entregándose al Padre y dándonos al Espíritu Santo, posibilita que en nosotros habite la Santísima Trinidad. El efecto de atender a su llamado es que: Dios mismo habite en mi corazón.

ORAR
Señor, ya que desde la Cruz me das al Espíritu Santo, ayúdame a comprender la grandeza de este regalo que procede de Ti y del Padre, para que yo lo acoja en mi corazón y sea Él, Quien ilumine mi entendimiento, fortalezca mi voluntad, me guíe, me purifique, me sane, me santifique y me configure a Ti, para transformar al mundo en comunión con mis hermanos en la Iglesia.

Espíritu de amor, ven a mí y ayúdame a comprender y a vivir el misterio del Dios Trinitario que amando al ser humano quiere habitar en mí y en cada persona, para hacernos partícipes de su Vida Divina. Dios, Uno y Trino, que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero.

CONTEMPLAR: Si Jesús al morir se ofrece al Padre y nos da al Espíritu Santo, nosotros debemos valorar y aprovechar su Sacrificio Redentor, en cada instante de nuestra vida, de tal manera que muriendo con Él, resucitemos a una vida nueva. Esta es la clave que los santos nos han dejado, pues viviendo en la presencia de Dios, mueren con Jesús, para renovar su vida con la acción del Espíritu Santo. Este diario morir-vivir en Cristo, nos hace testigos de su amor, de tal manera que en Él, un día moriremos para alcanzar la Vida Eterna, no por nuestros méritos sino por la Gracia del Amor del Dios, Uno y Trino, que habita en nosotros.

ACTUAR: Guarda unos momentos de silencio, cierra tus ojos, respira profundamente, repite varias veces y de manera pausada, el nombre de Jesús o alguna otra jaculatoria. Deja que el amor de Dios inunde tu ser. Reflexiona sobre lo que has meditado, dejándote guiar por el Espíritu Santo, como la Virgen María que todo lo guardaba en su corazón (Lc 2,19).

Para hacer llegar algún comentario, puedes escribir a evangelizarorando@yahoo.com.mx

“Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero”. M. María Inés Teresa (Beatificación 21-abril-2012)