lunes, 8 de agosto de 2011

Meditación del Evangelio del 8 de agosto del 2011

11-08-08.
LUNES XIX. Mt 17, 22-27.

¡Libertad ante el dinero!

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. El Señor Jesús habla con sus discípulos sobre su Pasión, Muerte y Resurrección. Los cobradores de impuestos le exigen que paguen la tasa que le corresponde. Él pagará para no escandalizarlos, sin embargo a partir de un hecho cotidiano nos dejará una enseñanza mayor, la libertad de los hijos de Dios.

“Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle (a Pedro): «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?» Contestó: «A los extraños.» Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos… págales por Mí y por ti.»”. (Mt 17,25-27).

MEDITAR: Jesús manifiesta su libertad interior de muchas maneras, una de ellas es su postura ante el dinero. Jesús es libre y liberador, pero no es un anarquista. Jesús vive en medio de una sociedad que tiene sus normas para regular las relaciones humanas. Jesús respeta estas normas aunque no siempre sean justas, Esto lo hace como un signo de liberalidad, no por miedo, cobardía u opresión. Las cosas van y vienen y tenemos que administrarlas, pero no debemos esclavizarnos a ellas. En otro momento Jesús dirá “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27). El hombre también se manifiesta oprimido ante las relaciones humanas, y Jesús también nos libera de esas opresiones, pero ese tema lo trataremos en otra ocasión.

La sociedad de consumo en la que vivimos de muchas maneras hace depender “la felicidad “de las cosas que compramos. Desde niños somos condicionados a tener el juguete, el celular o el “ipad” de moda. En mi relación con el dinero y los bienes materiales: ¿Me reconozco administrador de ellos o su esclavo? ¿Gasto más de lo que gano? ¿Me lleno de deudas? ¿Me importa mucho el qué dirán y por eso compro lo más caro o lo que no necesito? ¿Me siento mal por los bienes que otro tiene? ¡Soy comprador compulsivo de cuanta oferta aparece, pagando a varios meses sin intereses, aún a sabiendas que con ello estoy hipotecando el dinero que aún no gano?

En estos casos y muchos más, la presencia de Jesús en nuestras vidas y el seguimiento a Él nos pueden ayudar a romper la cadena del consumismo que nos oprime. Los primeros beneficiados seremos nosotros, pero también podremos ser motivo de esperanza y de apoyo, para quienes, quizá sin darse cuenta, alejados del amor de Dios son presa de “la opresión del dinero”.

ORAR: Señor Jesús, quiero ser libre de este mal tan común que es una economía mal administrada que me ahoga, quiero vivir en la libertad de los hijos de Dios.

CONTEMPLAR: ¿Cómo detener los embates del consumismo? Dejando que el amor de Dios esté en nuestro corazón. Jesús sabe Quién es Él. Él se sabe amado por su Padre Dios y ama; por lo mismo, no actúa como autómata, su relación con el dinero no lo oprime, lo utiliza para lo que lo necesita, comparte lo que tiene y reparte el excedente.

Quizá mucha gente ignora que el ser comprador compulsivo es una expresión de falta de autoestima y una manera de canalizar la angustia interior que lleva dentro de su corazón. Esto es una manifestación de un área de nuestra vida que está vacía de Dios. Dejarse amar por Dios y vivir en su orden nos da paz y nos ayuda a normar nuestra vida, pues llena las carencias de amor que todos tenemos. Este es el espíritu de la pobreza evangélica, esto es vivir en la libertad de los hijos de Dios.

En el pasaje que meditamos, el punto central no es el dinero, es Jesús, quien nos habla de cuanto nos ama y hasta donde está dispuesto a llegar para que seamos libres. El texto meditado señala que el tema que trataba con sus discípulos era su Pasión, Muerte y Resurrección. Dejar que los méritos de su Pasión, Muerte y Resurrección actúen en mí, significa reconocer el amor que Él me tiene, pues para manifestarme su amor por mí padece, muere y resucita. Yo también deberé “padecer” el no comprar todo lo que me ofrecen; “morir” a acostumbrarme a tener deudas; “resucitar” siendo libre ante el uso del dinero y del querer “tener” lo que no necesito y a “parecer” ante los demás.

Si dejo que el amor de Dios esté en mi corazón me daré cuenta que solo Él basta.

ACTUAR: Revisaré la manera en que administro mi economía, le pediré a Jesús que me ayude a poner orden en ella, (pagaré mis deudas, procuraré no gastar de más y seré libre ante todo lo superfluo que el consumismo me ofrece), pero sobre todo le pediré que los méritos de su Pasión, Muerte y Resurrección, actúen en mi para que sea libre ante el uso del dinero. Realmente me esforzaré en vivir en la libertad de los hijos de Dios.

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios. 

Meditación del Evangelio del 7 de agosto del 2011


11-08-07.
DOMINGO XIX. Mt 14, 22-33.
¡Realmente eres Hijo de Dios!

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. Jesús se presenta caminando sobre las aguas, hacia la barca en la que están los apóstoles. San Pedro intenta seguirlo pero se hunde en el mar, Jesús lo rescata y suben en la barca, en ese momento, disminuye el  viento, se calma el mar. Los de la barca se postran ante Jesús y le dicen “¡Realmente eres Hijo de Dios!”.
La expresión genérica de hijo de Dios, en el sentido judéo-cristiano, se aplicaba a toda persona que tenía una relación íntima y directa con Dios. En relación con Jesucristo se refiere a la segunda persona de la Santísima Trinidad, al Unigénito Hijo de Dios. “Engendrado, no creado”, decimos en el Credo. Verdadero Dios y verdadero hombre. Jesucristo es el Hijo de Dios (con mayúscula), en Él y por Él, nosotros somos hijos de Dios por adopción.

Para algunos exégetas, la barca representa a la Iglesia o a la propia vida, la familia, la salud, mis relaciones. El mar y el viento representan al mal y las calamidades que nos acompañan en nuestro diario vivir.
El hecho de que se calmen el viento y el mar, al subir Jesús a la barca, es señal de que, en su presencia, lo exterior y lo interior del hombre, se pacifica.
Los judíos no se postran ante los hombres, sólo ante Dios. San Mateo manifiesta el reconocimiento de la divinidad de Jesús, por parte de los tripulantes de la barca señalando que ellos se inclinaron ante Jesús, exclamando “realmente eres Hijo de Dios”.

MEDITAR: La pregunta que siempre queda en el aire es ¿quién es Jesús para mí? En ocasiones podemos estar viviendo una relación superficial con Él y considerar que esto es suficiente. Por ejemplo, alguno podría decir: Yo estoy muy ocupado con mis cosas, mi familia, mis diversiones, mis asuntos, tanto, que no  puedo atender a Dios, ni mucho menos ocuparme de Él. También podría decir: “Jesús es “tan buena onda” que siempre está ahí, me perdona y me responde cuando tengo una necesidad”, por lo mismo, “cuando lo necesite lo buscaré”, mientras tanto haré con mi vida lo que quiera y si tengo un problema acudiré a Él”.

¿Será necesario que yo tenga un problema para buscar a Jesús? o ¿será mejor que yo me habitué a vivir en frecuente relación con Él para vivir auténticamente como hijo de Dios?

ORAR: Señor Jesús, Tú me conoces y siempre estás conmigo y me ayudas. Yo soy el que me aparto de Ti y pretendo utilizarte como si fueras “el apaga fuegos de mi vida”. Tú eres Dios y has muerto en la Cruz, para mostrarme cuanto me amas, para darme vida en abundancia y pueda yo alcanzar la Vida Eterna. No necesito tener “un gran problema” para acercarme a Ti. Realmente ya, hoy, tengo muchos problemas y Tú estás dispuesto a ayudarme. Señor toma el timón de mi vida. Enséñame a orar para mantenerme en frecuente unión Contigo. En medio de las tormentas de mi vida, manifiéstate, entra en mi corazón y dame tu paz.

CONTEMPLAR: Señor. Tú conoces los pensamientos que bullen en mi cabeza y los sentimientos de mi corazón que me agitan como un mar embravecido. Estando en la barca de mi vida, veo los males que me aquejan, siento el movimiento que me zarandea, escucho el rugir del viento, siento el desasosiego que me invade y en medio de todo esto te veo a Tì. Te invito a que vengas y estés en mi vida. Ven Señor que me hundo, ven Señor y rescátame, ven y quédate conmigo, dame tu paz.

Señor, miro la grandeza de tu amor y mi pequeñez y me pregunto: ¿cómo  es posible que te fijes en mí, me busques y salgas a mi encuentro, a través de estas reflexiones y otros medios más con los que me demuestras que me amas?

Hoy quiero postrarme ante Ti, poner mi vida y mis seguridades ante Ti. Hoy quiero decir, al mirar la grandeza de tu amor, que quiero ser como Tú. Tú conoces mis deficiencias y sales a mi encuentro y me sacas del fango en el que estoy sumido y me redimes. Acepto la vida nueva que me das, experimento la paz que proviene de tu perdón. Tu mirada llena de amor hacia mí, me invita a seguirte y, a nunca más dejarte. Acéptame Señor como posesión tuya. Gracias porque me conoces y me amas, gracias por permitirme conocerte y amarte, concédeme trabajar para que muchos te conozcan y te amen. Hoy, desde lo más profundo de mí ser, me postro ante Ti y de la manera más sincera y convencida, te digo: ¡Realmente eres Hijo de Dios!

ACTUAR: Me acercaré más a Dios, me confesaré y comulgaré. Incrementaré y regularizaré mis tiempos de oración. Constantemente haré presente a Jesús en mi vida diciéndole ¡Realmente eres Hijo de Dios!

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

Meditación del Evangelio del 6 de agosto del 2011


11-08-06.
LA TRANSFIGURACIÓN. Mt 17, 1-9.

¡Qué bien se está aquí!

LEER. El texto de san Mateo, que nos habla de la Transfiguración del Señor, sitúa a Jesús, con tres de sus apóstoles,  Pedro, Santiago y Juan, en una montaña. Ese breve anticipo de Cielo, lleva a decir a Pedro ¡qué bien se está aquí!, y a pedirle al Maestro, que hagan tres tiendas y ahí se queden. El Señor Jesús les invitará a que bajen de la montaña y vuelvan a lo cotidiano de la vida, pues es ahí, donde dar testimonio de que llevan a Jesús en su corazón.

MEDITAR: La visión de la transfiguración duró unos instantes, la presencia de Jesús en los apóstoles fue para toda la vida. La experiencia mística que vivieron los apóstoles la podemos referir a esos momentos en que cada uno de nosotros experimentamos algo que nos llena de alegría y acrecienta nuestra fe. Lo más importante no es la experiencia en sí, sino el Señor Jesús. Cuando nosotros nos quedamos ante lo asombroso y en ello ponemos nuestra fe, nos podemos parecer a quienes se sienten fuertes cuando les va bien y se derrumban ante cualquier problema; o a las personas que ante una preocupación buscan “un milagro” de Dios y si no se les concede se desaniman: dicen “perder la fe”, cambian de religión o buscan quien les haga “una limpia” o algún tipo de sortilegio.

El centro de nuestra vida siempre ha de ser Jesús; en vez de buscar las bondades del Señor, debemos permanecer en el Señor de las bondades. Si dejamos que Él entre y permanezca en nuestro corazón, en donde quiera que estemos, podremos decir ¡qué bien se está aquí!, porque Cristo vive en mí.

ORAR: Jesús Sacramentado, concédeme que al estar de rodillas ante Ti, verte transfigurado y recibirte en mi corazón, de tal manera que al volver a mis actividades te lleve a mis hermanos y viva la alegría de darte a conocer y amar, anunciando tu Palabra y siendo testigo de tu amor. Así, si Tú vienes conmigo, en donde quiera que esté podré decir: ¡qué bien se está aquí!

CONTEMPLAR: La transfiguración es un destello de la realidad fundante: Jesús es Dios. Más importante que lo que podamos ver en una visión, es su presencia misma. Por eso, la conversión de nuestra vida, no puede ser para un momento o de vez en cuando, sino que tiene que ser diaria y continua, para toda la vida. Los apóstoles, conducidos por Jesús, regresaron a lo cotidiano de su vida, porque era ahí, donde tenían que dar testimonio de su fe. Para nosotros ocurre igual, creyendo en el Señor, convertidos a Él, debemos dar testimonio de su presencia en nosotros, con nuestras obras, palabras y acciones. Esto será más fácil  al experimentar la presencia de Jesús.

Ciertamente, la transfiguración de Jesús es una manifestación de que Él es el Hijo de Dios. En Jesucristo también nosotros somos, por adopción hijos de Dios. La transfiguración diaria que debemos vivir es la conversión de nuestras vidas y ésta se manifiesta cuando: en vez de devolver mal por mal, perdono. Cuando a pesar de que las cosas van mal, persevero haciendo el bien. Cuando en lugar de sólo mirar el mal del mundo y lo mal que están las cosas, miro el proyecto de Dios y me uno a Él, para anunciar el Evangelio y construir un mundo mejor.

ACTUAR: Nosotros no tenemos una “montaña” en la que podemos contemplar a Jesús transfigurado, como los apóstoles, tenemos algo mejor. En cada altar en el que se celebra la Misa, en cada sagrario, en cada custodia donde está Sacramentado: Jesús transfigurado está real y verdaderamente, para manifestarnos su Gloria y propiciar nuestra conversión. Acudamos a Él frecuentemente, renovemos nuestra conversión ante Él. Anticipemos el Cielo en nuestras vidas, acerquemos a muchos de nuestros hermanos a Jesús. Llevemos a todos lados la alegría de la presencia de Cristo: a lo cotidiano de la vida en nuestro hogar, escuela, trabajo, oficina, lugar de diversión. Llevemos a Cristo en nuestro corazón y al hacer el bien, en cualquier lugar, siempre podremos decir ¡qué bien se está aquí!

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.