sábado, 21 de abril de 2012

Homilía de las Vísperas



HOMILÍA DE LAS VÍSPERAS DE LA
BEATIFICACIÓN DE MADRE MARÍA INÉS TERESA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
20-Abril-2012

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

Queridos hermanos, ante Jesús Eucaristía, aquí expuesto y con el ardor misionero que brota del escuchar el texto tomado de la Carta de san Pablo a los Romanos (Rom 10, 14-15), responderemos en unos momentos más: “Cantaré las misericordias del Señor”. Y efectivamente, hoy estamos reunidos para “cantar sus misericordias” y le pedimos a la Virgen María que nos acompañe en esta breve reflexión, pues como Ella, estamos contentos con las maravillas que ha hecho Dios en su hija fiel, la Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, y en alegre espera, por lo que Dios quiere hacer en nosotros, a través de la beatificación de esta mujer, fiel a Jesucristo y a la Iglesia.

Todos conocemos la transformación que vive una mariposa para llegar a ser lo que es. Una vez que nace ha de crecer alimentada y cuidada por los rayos del sol. Después deberá envolverse en una crisálida, nuevamente protegida por él, para que a su debido momento, convertida en mariposa, bajo los rayos del astro rey, despliegue sus alas e iluminada por él, adorne con sus colores y su vuelo, el mundo que le rodea. Así podemos imaginar las etapas de la vida de la Madre María Inés Teresa, bajo los rayos del Auténtico Sol Indeficiente, Jesús Eucaristía, nuestro Señor.

Ella, que nació en un hogar profundamente cristiano, se desarrolló en él, para posteriormente vivir como en una crisálida, a lo largo de 16 años, en un convento de clausura y para que, durante 36 años más, con las alas de la misión y con el estandarte de santa María de Guadalupe, llevara la semilla de la Palabra de Dios por el mundo entero. Ahora, desde la Casa del Padre Eterno, desde el Cielo y hasta la eternidad, ella nos acompaña como “la estrellita que ilumina el sendero”, no sólo de sus hijos espirituales, sino de todos aquellos que deseen “vivir en Cristo” por los caminos de la santidad, siendo activos en la contemplación y contemplativos en la acción.

“Hacer de la vida un himno de alabanza y gratitud”, es una de las encomiendas que nos hace Madre María Inés Teresa y ella, con su vida, nos ha enseñado cómo hacerlo, a través del carisma fundacional que Dios le regaló y que nosotros, miembros de la Familia Inesiana, nos esforzamos en vivir. Ahora, por designio divino, con gran entusiasmo, nosotros sus hijos hemos de compartirlo con todos, pues la Iglesia ha avalado esta espiritualidad misionera, eucarística, mariana guadalupana, sacerdotal oferente y alegre; y la propone como camino seguro de santidad a toda la humanidad.

“Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento”, en el mundo “Manuela de Jesús Arias Espinosa”, nació en Tepic Nayarit, en 1904 y desde el seno familiar conoció a Dios.
De su padre aprendió que la oración es un diálogo de amor, “de corazón a corazón con Dios”.

Su familia, acostumbrada a su espiritualidad, fue respetuosa con ella y le acompañó por el camino de profunda oración contemplativa a la que fue llamada, especialmente después del Congreso Eucarístico Nacional de 1924, en donde al contemplar a Jesús Sacramentado, en expresión de “Manuelita”, “su corazón se fue tras Él”. Atentos a la oración en la que fue inmersa, sus padres le apoyaron para que ingresara a un convento mexicano, de clausura, que estaba en Estados Unidos a causa de la persecución religiosa en nuestro país. En este monasterio de Clarisas Sacramentarias del “Ave María”, esta joven enamorada de Dios pudo desplegar su alma de oración para escuchar mejor su voz y fue ahí, en 1929, en el día de su profesión religiosa, en donde la dulce embajadora del Cielo, le expresó una promesa que nos atañe a todos, pues de los labios de nuestra Morenita del Tepeyac, escuchó: “Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en estos la gracia que necesiten. Me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan solo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final”. (Est. y Med., f. 735).

Animada por esta promesa, Madre María Inés Teresa, alma eucarística y mariana desde sus inicios; alma oblativa y sacerdotal, ante las situaciones del mundo; en el convento de clausura fortaleció y acrisoló su carisma misionero, de tal manera que, con la alegría que brotaba de su corazón, todo se convertía para ella en una oportunidad para “comprar almas para Dios” y, así, asumir el reto de realizar lo que Jesús le iba pidiendo, en particular: dejar las seguridades de ser miembro de una familia conventual para fundar una obra misionera “Ad gentes”.

Entre el año de 1945, en que sale para fundar y el de 1951, en que el Vaticano autoriza la institución de su obra, de una manera muy especial, en el corazón de Madre María Inés Teresa, resonaban fuertemente las palabras del apóstol: “Urge que Cristo Reine”.

México había vivido la persecución religiosa y siendo un país eminentemente católico, no podía libremente expresar su fe. El mismo mundo, padecía los estragos que había causado la Segunda Guerra Mundial.  Europa experimentaba las consecuencias negativas de sistemas ateos, en América la pobreza de su gente se hacía más patente y grandes sectores de la humanidad en Asia, África y Oceanía, aún se mantenían herméticos al anuncio del Evangelio.

En medio de estas realidades, un corazón misionero, enamorado de Cristo y ocupado en la salvación de las almas, vibraba con una especial intensidad y al igual que san Pablo se preguntaba, ante el gran número de personas que aún no habían escuchado el Evangelio: “¿cómo creerán en Aquél de Quien no han oído y cómo oirán si no hay quien les predique?” Por eso, desde su sencillez y pobreza evangélica, María Inés Teresa, “misionera mexicana sin fronteras”, oraba y pedía a quienes le rodeaban, particularmente a aquellas primeras jóvenes que le habían seguido, a que ofrecieran su vida toda y junto con ella, suplicaran a Dios diciéndole “haz de mí lo que quieras, pero dame almas, muchas almas, infinitas almas”, pues su ideal, expresado en sus propias palabras, era “¡Hacer que Él reine en tantos corazones, cuantos son ahora los habitantes del mundo! ¿Quién pudiera alcanzar tales conquistas?”, se cuestionaba.

Aprobada su obra misionera en junio de 1951, le urgía llevar a Jesús Eucaristía al mundo entero, no sólo a México, su patria querida donde santa María de Guadalupe era Patrona, sino llevar a Cristo a diversas regiones del mundo, para instalar en todos los países, sagrarios donde Jesús fuera conocido y amado; presidiendo esta obra, el estandarte de la Morenita del Tepeyac. Ese año, cuatro meses después, en octubre, cuatro hijas suyas, saldrían rumbo a Japón.

A lo largo de los más de 60 años que han transcurrido desde esa fecha, la semilla del Evangelio que se empezó a esparcir desde ese entonces, a través de la Familia Inesiana, cuyas primogénitas son las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, ha ido dando sus frutos por los continentes del mundo y por eso hoy, de diversos países y regiones de nuestra Patria, estamos aquí reunidos para “cantar eternamente, las misericordias del Señor” porque el día de mañana, en una ceremonia solemne, a los pies de nuestra Reina del Cielo, nuestra Morenita del Tepeyac, santa María de Guadalupe, una de sus hijas, que le amó con profunda devoción, la llevó en su corazón y nos enseñó a amarla, será beatificada.

Para concluir esta meditación y compartiendo los mismos sentimientos que Dios puso en el corazón de Madre María Inés Teresa, dirijámonos a Jesús Eucaristía, aquí presente y hagamos nuestros, los ideales plasmados en algunas de sus oraciones.

“Tu voluntad, Señor, sí; sólo tu voluntad quiero cumplir siempre, siempre. Santificarme como Tú quieras; con tu gracia estoy dispuesta(o) a ir hasta los últimos confines del mundo para llevar tu Eucaristía y a tu Madre; no me importan los sacrificios, con tal que los Dos vayan conmigo; y les ofrendaría gustosísima(o) mis más caros amores” (Exp. Esp., f. 513).

“Tú harás, sí, Jesús Eucaristía, que nuestro apostolado sea fecundo; fecundo por la oración continua, incesante, confiada, amorosa; y por el sacrificio también continuo; por el continuo ofrecer a tu Padre celestial, por manos de la Inmaculada del Tepeyac, tus méritos infinitos, tu crudelísima Pasión, tu Sangre divina, y con ello, los méritos de tu Madre santísima, y todo el tesoro de la Iglesia” (Exp. Esp., f. 512).
Hermanos, con estos sentimientos y compromisos de vida, que nos dejan las palabras y el testimonio de Nuestra Madre, continuemos con nuestras Vísperas, “cantando las misericordias del Señor”.