jueves, 15 de septiembre de 2011

Meditación del 16 de septiembre del 2011

11-09-16.
Viernes XXIV. Lc 8, 1-3

JESÚS EN LA VIDA DE LA MUJER

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

Evangelio: Lucas 8, 1-3: En aquel tiempo, Jesús recorría ciudades y poblados predicando la Buena Nueva del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que Él había librado de espíritus malignos y curado de varias enfermedades. Entre ellas iban María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

LEER. El texto lucano nos presenta una novedad, Jesús instruye a la mujer de su tiempo y se deja acompañar de ellas, formándolas para que ellas también sean misioneras.

MEDITAR: En ocasiones nos cuesta situarnos en los tiempos de Jesús en los que las mujeres, no sólo entre los judíos, sino en todas las culturas en general, no eran tomadas en cuenta. Recordemos como apenas, hace algunos años, se les reconoció el derecho a votar y a ocupar cargos públicos.

Jesús se muestra totalmente original en su trato con Dios y con las personas. No discrimina a nadie por su edad, sexo o condición social; a todos promueve y les dice que todos son amados por Dios. En Jesús el Hijo Único de Dios, todos estamos llamados a ser hijos adoptivos de Dios. Cada pueblo tenía sus propias divinidades e incluso, para los judíos, Yahvéh era el Dios de Israel, no de todos los demás pueblos. Jesús, nos revela el amor universal de nuestro Padre Dios.

Una de “las originalidades” de Jesús, precisamente fue su trato con las mujeres (VER NOTA MÁS ABAJO). Hace unos días, un periodista me preguntó sobre la discriminación de la mujer en la Iglesia y yo le contesté que si alguna institución le ha dado su lugar a la mujer, es precisamente la Iglesia y esto por seguir las enseñanzas de Jesús. La persona más venerada, después de Jesús, es una mujer: La Virgen María. En el canon de los santos hay infinidad de mujeres y de todas las condiciones sociales, solteras, casadas, viudas, reinas, sirvientas, gente de campo y de ciudad, etc. Incluso una de las glorias mexicanas, sor Juana Inés de la Cruz, no se podría haber desarrollado ni entender, sin su fe y su participación en la Iglesia Católica.

Ciertamente la función sacerdotal ministerial está reservada a los hombres y eso no es discriminatorio para la mujer, pues la más alta dignidad en la Iglesia Católica no es llegar a ser Sacerdote, Obispo o Papa, sino la SANTIDAD.

Leyendo el Nuevo Testamento, son infinidad de mujeres las que destacan: Además de la Virgen María y de las que se mencionan en el texto lucano que hoy meditamos, en el Nuevo Testamento muchas mujeres son mencionadas, de entre ellas destacamos a: Elizabeth, mamá de Juan Bautista (Lc 1,36); María la esposa de Cleofás (mamá de Judas Tadeo y Felipe el Menor); María, mamá de san Marcos Evangelista (Hch 12,1-12), Marta y María, hermanas de Lázaro, Priscila la esposa de Aquila, Ana, la profetisa (Lc 2,36-38), Loida y Eunice, abuela y madre, respectivamente, de Timoteo (2 Tim 1,5); Lidia (Hch 16,14-40); Evodia y Síntique ((Flp 4,2) y otras más.

Fuera del Nuevo Testamento, entre otras mujeres santas podemos mencionar a: Agueda, Perpetua, Felícitas, Inés, Cecilia, Clara, Catalina, Teresa de Ávila (española) , Teresa de Lixeus, María de Jesús Sacramentado (mexicana) y entre las beatas a: Teresa de Calcuta (albanesa), Bakita (sudanesa), Tekakwitha (India Norteamericana), María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (mexicana) y muchas más.

Inscritos en el canon de los santos, existen más de 10 000 beatos y santos. Habiendo un poco más de 5 000 canonizados, aproximadamente el 20 % son mujeres. Esto nos alegra, porque como ya mencioné en otra meditación, no existe país o institución, fuera de la Iglesia Católica, que haya aportado tantos hombres y mujeres que hayan hecho tanto bien a la humanidad. Esto también nos compromete, pues estamos llamados a ser, parte de este grupo, que siguiendo a Cristo, no sólo ha transformado su vida, sino que ha influido en su entorno para sembrar esperanza, suscitar la fe y hacer presente el amor de Dios en el mundo. Si no nos esforzamos en ser santos, en el estilo de vida que llevamos, estamos desperdiciando el tiempo. En nuestro corazón debe estar el anhelo de santidad, como alto modo de vida cristiana (Juan Pablo II) y todos, al menos, como decía santa Teresa de Ávila, si no somos santos, deberíamos intentar serlo.

ORAR: Señor te doy gracias por tantas mujeres santas en la historia de la Iglesia. Gracias por las mujeres santas que hay a mi alrededor y que son mamás, abuelas, esposas, hermanas, amigas, hijas, compañeras de trabajo, empleadas, amas de casa, maestras, enfermeras, religiosas, dirigentes de empresas o se desempeñan en instancias gubernamentales. Gracias por todas aquellas que generosamente te han seguido en la vida consagrada. Gracias por las que han aceptado el don de la maternidad. Gracias Jesús, porque en cada mujer bautizada está la simiente de la santidad. Te pido por las mujeres solas, por las ancianas y enfermas abandonadas, por las que se drogan, se prostituyen o han abortado. Ayuda a toda mujer para que descubriendo tu presencia amorosa en su vida, sepa llenarse de Ti e impregne de tu amor y de la presencia maternal de la Virgen María, los ambientes donde realiza su vida.

CONTEMPLAR: Si bien es cierto que en el campo de oportunidades para la mujer todavía hay mucho que hacer, también es cierto, que hay quienes se van al extremo de ponerla en competencia con el hombre, por lo que en lugar de procurar su pleno y justo desarrollo integral, pretenden “hominizarla”.

Desde las últimas décadas del siglo pasado, hasta la fecha, se ha promovido un feminismo radical que ha llevado a muchas mujeres a la frustración de encontrarse solas y con una profunda amargura, por haberse dejado cosificar con el engaño de que su papel en el mundo es ser como los hombres: “independientes”, “exitosos”, “infieles”, “sin hijos”. En particular, parecería que en muchos casos, no se pretende imitar las cosas buenas que pudiera tener el hombre, sino en sus defectos y carencias.

El feminismo integral, como yo le llamo, parte en primer lugar de la realidad de las diferencias entre hombre y mujer, para descubrir y valorar su complementaridad, desde la familia como cónyuges, hermanas e hijas y en la sociedad como amigas y compañeras, unidas a todos los hombres en un mismo proyecto: construir una sociedad justa y de paz, de respeto y ayuda mutua, en vías de propiciar el desarrollo y en bien común, como expresión del Reino de Dios entre la humanidad.

Las consecuencias del feminismo radical, que aplica el método sociológico de la lucha de clases, en el terreno de las relaciones hombre-mujer, pone, a quienes de manera natural habrían de encontrar su complementaridad, “el uno con la otra” y “la una con el otro”, en situaciones antagónicas y de competencia: “el uno contra la otra” y “la una contra el otro”. Así, ambos salen perdiendo y con ello la convivencia humana y la sociedad, porque entre otras cosas, además de “cosificar” a la mujer y fomentar el “machismo”, se dejan de valorar: el matrimonio, la familia y la procreación de los hijos.

Este tipo de visión, desde la mujer, tiene consecuencias graves pues al negar las cualidades con las que le ha dotado la naturaleza, vive en lucha consigo misma, pues deja de valorar lo que le es propio y en lugar de lograr la independencia que anhela, se sume en nuevas esclavitudes que la llevan a tener una imagen devaluada de sí misma, a la soledad y en eterna lucha con un ambiente que cada vez se le torna más hostil.

Por parte del hombre, este “feminismo radical”, lo coloca en una situación ventajosa e injusta contra la mujer a la que puede cosificar, pues ya no se le ve como compañera sino como rival en el campo social y laboral y como un objeto, pues deja de ser vista como posible esposa y se le ve como “una compañera”, incluso ocasional, a la que se le visita o se le procura en busca de una atención sexual y no propiamente con un compromiso de unir las vidas, en un proyecto común. Tanto el aborto, como el uso de los anticonceptivos y el uso del condón, aún en el matrimonio, envían un mensaje, de parte del hombre, hacia la mujer: “te quiero, pero estéril”. Lo grave es que muchas mujeres han caído en el engaño y fácilmente se prestan para apoyar este patrón de conducta, pues separan, en el encuentro íntimo, la dimensión procreativa y la unitiva, que debería darse solo entre los esposos. Esto propicia relaciones “sin compromiso” fuera del matrimonio, generando mayor número de hogares desintegrados, madres solteras y como consecuencia del “intercambio frecuente y variado del número de parejas”. Esto también causa el incremento, principalmente entre las mujeres, de enfermedades venéreas, abortos, trastornos mentales y suicidios. La raíz de estos males, tanto en hombres como en mujeres, está en el haber caído en la trampa de haberse dejado cosificar en lugar de valorarse de manera integral como personas e hijos de Dios.

La dignificación de la mujer por parte de Jesucristo, no es solo una acción del pasado o circunstancial. Hoy, es especialmente urgente y esencial, saber decirle y hacerle sentir a toda mujer, que es bella, grande y digna de respeto por el hecho de ser mujer. Que niña, joven, adulta, enferma o anciana, soltera o casada, su presencia es siempre una bendición, un regalo de Dios. Esta tarea no ha de ser sólo del hombre a la mujer, sino de la mujer a la mujer misma. Una madre nunca deberá descuidar la tarea de infundir valores a su hija, una hermana, una amiga, una compañera de trabajo jamás deberá de dejar de acompañar y ayudar a ser mejor a la congénere que tiene a su lado. Esto ha de hacerlo con atenciones, con palabras y sobre todo, con el propio testimonio de vida.

A toda mujer, hay que mostrarle con palabras de afecto y cariño, desde el hogar y en donde quiera que esté: en la escuela, el trabajo, el taller, la calle o el transporte público que es merecedora de respeto y que esta convicción ha de partir desde lo profundo de su ser, pues el respeto no sólo ha de venir de fuera -del hombre o de quienes la rodean-, sino desde ella misma, pues es hija de Dios y Él tiene una misión para cada mujer, que teniendo hijos o no, engendra y favorece el bienestar en su entorno, con su ternura y su forma de ser.

Jesús está abierto a todos los seres humanos, pero muestra también una especial redención hacia la mujer enferma (hemorroisa y suegra de Pedro), hacia la que sufre (viuda de Naín, madre con su hija enferma), a la que lo recibe en su casa (Martha y María), a la pecadora (mujer adultera, mujer prostituta), a la que tiene fe (“mujer que grande es tu fe”), a la que es madre (Mujer ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu Madre), etc.

Para ninguna persona y en especial para ninguna mujer, todo está perdido en su vida, incluso si ha incurrido en graves faltas como el aborto, la droga o la prostitución. Jesús siempre nos tiende la mano, siempre nos da su perdón, nos dice levántate, recibe la Vida Nueva y la Eterna, que sólo Yo te puedo dar.

ACTUAR. Revisaré las ideas que tengo sobre la mujer y escribiré las maneras en que mostraré mi afecto a las mujeres con las que convivo.

Recomiendo que lean “Mullieris Dignitatem” de Juan Pablo II y el artículo de catholic.nethttp://es.catholic.net/cristologiatodoacercadejesus/554/1337/articulo.php?id=12803


Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero. M. María Inés Teresa Arias.

Si deseas hacerme llegar algún comentario sobre este artículo, puedes escribirme a: evangelizarorando@yahoo.com.mx

NOTA: En cuanto que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, sus palabras y hechos, más que “originalidades” o “novedades” son revelaciones teológicas sobre el reconocimiento y el respeto a la dignidad del ser humano. Al paso de los años, la Iglesia al ir comprendiendo mejor la riqueza del Evangelio la ha ido exponiendo, y ciertamente en ocasiones, llevada por las limitaciones de la época, también ha cometido y promovido errores, que con el tiempo ha ido corrigiendo. Así la Iglesia Católica será la promotora del fin de los sacrificios humanos, los espectáculos del circo romano, la crucifixión, la esclavitud, la trata de blancas, la prostitución, la drogadicción y otros males más.

Hoy, en donde a través del relativismo e imposición de ideologías se desconfigura la belleza y el sentido de la vida humana y se generan nuevas esclavitudes hacia la humanidad, la Iglesia se presenta como defensora de los auténticos valores humanos, de la valoración de la mujer, del matrimonio y de la familia, así como del respeto a la vida del ser humano desde su concepción hasta su muerte natural y por lo mismo opuesta a la guerra, a los asesinatos, incluidos la pena de muerte, el aborto, el suicidio, la eutanasia, así como la creación y destrucción de embriones.