Cardenal Norberto Rivera Carrera
Hace apenas unos meses anunciábamos con alegría que se cumpliría un anhelo que parecía imposible: la venida de su Santidad el Papa Benedicto XVI a México.
Hoy que estamos a unos días de que ese anuncio sea una realidad, dispongámonos a corresponder a su visita con nuestra cálida hospitalidad mexicana, haciéndole sentir que nuestra casa es su casa y nuestro corazón está abierto de par en par para albergarle y acoger su mensaje.
Mucho se ha comentado que no vendrá al santuario de Guadalupe en la Ciudad de México. ¡Qué más hubiera querido él que venir a postrarse a los pies de la Morenita del Tepeyac, ante la cual ora, con especial predilección, en el Vaticano! Pero no le fue posible. Sin embargo no olvidemos que todo México es tierra bendita de Nuestra Señora de Guadalupe, pues nuestra Madre del cielo prometió su amparo y auxilio a todos los moradores de estas tierras, y a cuantos aquí la invoquen. Ella es la anfitriona de esta visita, y así como en el cerro del Tepeyac nos invitó a ir al encuentro de su Hijo, hoy al pie de otro cerro, la montaña de Cristo Rey, nos invita a ir a encontrarnos con su Hijo a través de Su mensajero, nuestro querido Papa Benedicto XVI.
Dice el profeta Isaías que son hermosos los pasos del mensajero que trae buenas noticias, y buenas son, en efecto, las noticias que viene a traernos “el dulce Vicario de Cristo en la tierra”.
Sucesor de aquél al que le fue anunciado que los poderes del mal no prevalecerán, de aquél a quien Cristo le pidió que confirmara en la fe a sus hermanos, viene a reforzar nuestra esperanza para que en estos tiempos en que nos abruma la oscuridad del pecado, la violencia, la corrupción, la pérdida de valores y la descomposición social, no desesperemos ni olvidemos que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación.
Sucesor de aquel, a quien Jesús nombró piedra sobre la que fundó Su Iglesia, viene a recordarnos que Cristo es el cimiento sobre el que debemos edificar nuestra existencia.
Sucesor de aquel a quien Cristo dio las llaves del Reino, y al que le permitió contemplar Su gloria en el monte santo, viene ahora, al pie de otro monte santo, a animarnos a no poner los ojos en los poderosos de este mundo sino a elevarlos a lo alto y fijarlos en los de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Demos gracias al Señor por concedernos la bendición y el privilegio de recibir al Papa en nuestra patria, y, encomendémoslo, por intercesión de Santa María de Guadalupe, para que su estancia en México sea grata y fecunda, y cuando luego de visitar la hermana República de Cuba, regrese al Vaticano, se lleve el recuerdo de nuestro amor y adhesión, y la certeza de que en cada mexicano deja, de corazón, un hermano.
¡Bienvenido, Santo Padre!