PORQUE QUEREMOS LA PAZ DEFENDEMOS LA VIDA DEL CONCEBIDO
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
En nuestro País, crecen cada vez más los manifiestos del anhelo de paz, quizá como una respuesta razonada ante el crecimiento de los índices de criminalidad, que se expresa de manera cada vez más violenta.
Las diversas manifestaciones, en las calles, ante la SCJN, en periódicos y medios electrónicos, a favor del respeto y defensa de la vida de los mexicanos, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, son una expresión de ello. Defendemos la vida de todo mexicano porque queremos la paz.
La paz es propiciada por un Estado sustentado firmemente en el derecho y por ende en la justicia para todos.
La paz no sólo es ausencia de guerras, sino sobre todo es una expresión de la sociedad en donde quienes la integran se ven con respeto y procuran la solidaridad mutua, procurando el desarrollo de todos.
La paz es propiciada, sostenida y fortalecida por el reconocimiento y respeto de los Derechos Humanos Universales, siendo el principal y sustento de los demás, el respeto a la Vida de todo ser humano desde la concepción hasta la muerte natural.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos señala que son para todos, sin distinción de sexo, edad o condición social. Esta Declaración, no nos divide en hombres o mujeres, sino que nos integra en la humanidad.
Aducir derechos de una persona sobre otra, es violentar el sentido de universalidad de ello y propicia la injusticia que favorece la ley del más fuerte, sobre el más débil, que por razones naturales debe de ser siempre protegido por el Estado de Derecho y por las leyes e instituciones que de él dimanan. De otra forma, el mismo Estado contradice el sentido de su existencia y propicia el desorden e institucionaliza la injusticia como sucedió en los regímenes nazis.
Las instancias jurídicas y legislativas, deben de tener el compromiso por la justicia y deben ser garantes de ella para propiciar la paz. San Agustín decía, “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?". Alemania y otros países, en el siglo pasado y aún en la actualidad, saben que esta expresión no es una mera quimera, pues en la distorsión del reconocimiento de los derechos universales, como recientemente señaló el Papa Benedicto XVI, “el Estado se convierte en el instrumento para la destrucción del derecho; se transforma en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podría amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo”.
La noble tarea de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo mismo que los legisladores y gobernantes, les obliga y no como una concesión personal, a velar porque las leyes de nuestro país sean equitativas y velen por el respeto, protección y desarrollo de la vida de todos los mexicanos, poniendo atención no sólo a lo que se refiere a la posibilidad de acceder a los medios que les permitan un bienestar, no solo material, sino integral. Amparo y seguridad, que les permita el acceso a la salud, a la educación y al trabajo; y por lo mismo y como deber y tarea principal, proteja su integridad física, que comienza precisamente por la protección y respeto de todo mexicano en cualquier etapa de su vida, independientemente de ser hombre o mujer, pobre o rico, adulto mayor, joven o recién concebido o con algunas semanas de vida en el vientre materno.
No dividamos a nuestro país aduciendo derechos para hombres o mujeres, busquemos el bien común y protejamos de manera integral a todo mexicano y pongamos una especial atención al fortalecimiento de la familia y los valores que la unen, a la educación de niños y niñas, de adolescentes, hombres y mujeres en el reconocimiento y valoración del respeto que se deben a sí mismos y a los demás, en el recto uso de su sexualidad, vista no solo como fuente de placer, sino como auténtica expresión de complementariedad y desarrollo personal y comunitario. Elaboremos además políticas que ayuden a toda mujer embarazada a vivir esa etapa de su vida, no con temor, sino con seguridad y profunda alegría, cuidando de ella y del hijo(a) en su vientre materno.