miércoles, 1 de febrero de 2012

Meditación del 2 de febrero del 2012

PERDONA NUESTRAS OFENSAS
12-02-01
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
VER NOTA al final del texto.

Evangelio (cf. Mateo 6, 9-13 y Lucas 11, 2-4): Padre Nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; PERDONA NUESTRAS OFENSAS, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

I.- ENSEÑANZA BREVE:
¿Por qué decimos “Perdona nuestras ofensas”? Al pedir a Dios Padre que nos perdone, nos reconocemos ante Él pecadores; pero confesamos, al mismo tiempo, su misericordia, porque, en su Hijo y mediante los sacramentos, “obtenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14) (cf. Compendio de la Iglesia Católica. Nos. 594).

II.- VER - JUZGAR – ORAR - ACTUAR
VER
Cuando el hombre nubla o rechaza la conciencia de Dios en su vida, pierde la noción de la ofensa, del pecado y empieza a hacer mal uso de su libertad. No solo rechaza el culto de amor y adoración que en justicia le debe a Dios, sino que rompe la relación consigo mismo, con los demás y con la naturaleza.
Con respecto a la naturaleza, se siente dueño y no administrador y así se esclaviza a la naturaleza a la que pretende dominar. En su corazón entra la avaricia, el afán de poseer. Acumula las cosas y no las quiere compartir. Ve con envidia a los que poseen lo que él no tiene y en su afán de poseer lo que el otro tiene, es capaz de matar a su prójimo.
Sobreexplotando la naturaleza quita al pobre y al país menos desarrollado lo que tienen y si le compra algo, lo hace a precios injustos. Lo suyo es poseer y la avaricia es aprovecharse de todos, en busca de su propio beneficio, sin importarle si afecta la ecología y rechaza el bien común.
Por el pecado, la relación con los demás se fractura, por lo que deja de ver a los demás como iguales. Lo suyo no es amar, sino el dividir, el someter y aniquilar. Los demás no son vistos como hermanos, sino como alguien a quien se puede excluir, rechazar, ignorar, engañar o matar. Si “el otro es fuerte” entonces se le puede invitar a aliarse para hacer el mal. El otro no es visto como prójimo, sino como un enemigo en potencia o real. La familia, la amistad, la solidaridad auténtica no existen, solo el interés o el miedo.
Por el pecado, el hombre rompe la relación consigo mismo. No puede verse como persona, sino como producto de circunstancias, del azar o “del karma”. No se experimenta amado, ni es capaz de amar. Incapaz de comunicarse consigo mismo a causa de sus miedos, temores y sentimientos de culpa, se despersonaliza y sus relaciones con los demás son superficiales, interesadas, funcionales, dependientes o dañinas.
Vive en angustia por no encontrar sentido a su vida terrena y poco o nada espera de la Vida Eterna, la cual niega por así convenirle, para justificar ante sí, su incapacidad para ser feliz.
Preso del estrés y la neurosis, es propenso a desarrollar enfermedades mentales y desajustes emocionales: fobias, manías, depresiones y adicciones al sexo, a la pornografía, a la droga, al alcohol. Prácticamente ignora que tiene una vida interior que debe cultivar y acrecentar, vive volcado en lo exterior, en lo inmediato, en lo superficial.
Por el pecado, el hombre se aleja de Dios que es amor y en lugar de amarlo y adorarlo como es justo, busca falsos caminos de saciar su ansia de Dios, se aleja de Él, se esconde y lo niega, como Caín, después de haber matado a su hermano Abel (cf. Gn 4,9).
Alejado del único y “verdaderísimo Dios por que se vive” (Nican Mopohua) deja que en su corazón rija la mentira y se engendre y desarrolle la cultura de la muerte, que se manifiesta en el hombre, como duda, temor, incertidumbre, desesperanza, odios, rechazo a Dios y a sus Mandamientos.
Alejado de Dios, cae en la idolatría y pierde el Camino de la Salvación, es decir de la libertad ante las cosas, los demás, ante sí mismo y ante Dios. Así se hace esclavo, no de Dios, sino de los “ídolos” que él mismo hombre se crea. Ante el temor a la naturaleza tiene sus creencias en “espíritus”, “energías”, cosas, plantas, animales, personas o por eso les rinde culto siendo supersticioso, temeroso y fácil presa del dominio de quienes esclavizan al hombre y a la sociedad, a través de sofismas, ideologías o pseudo religiones.


JUZGAR
Dios es amor, no crea por amor y por eso quiere que seamos felices (santos) en esta vida y alcancemos la santidad (felicidad) plena en la Vida Eterna.
Dios nos crea a su imagen y semejanza en el amor, en la libertad, la bondad y la justicia para ser felices, ser santos.
El pecado es un “no” al amor a Dios, y nos impide amar, ser libres, ser buenos y ser justos, como anticipo del Cielo y de la Vida Eterna que esperamos.
Dios rechaza el pecado, no al pecador. Dios te ama a ti y por muy grandes que pudieran sus tus pecados, Él esta dispuesto a perdonarte, a perdonar tus pecados y a darte nuevas oportunidades  para que corrijas tu vida, para que seas feliz, para que seas santo.
Hay quienes han abierto su corazón a Dios y con su vida nos dan testimonio de la presencia del amor divino de su interior y de la felicidad y realización plena que Dios concede a quienes le buscan y siguen sus mandatos. Estos hombres y mujeres, son los santos, personas alta y plenamente realizadas, felices, que habiendo pecado y reconociendo sus errores y faltas, se arrepienten, se confiesan ante un sacerdote católico y aceptaron la salvación que Dios nos ha dado en su Hijo Jesucristo, por lo que redimidos por Él, arrepentidos de sus pecados, se han convertido a Dios, y se esforzaron en hacer la Voluntad Divina y así amando a Dios, amándose a sí mismos y a los demás se hicieron Uno con Dios, es decir, vivieron reconciliados con las cosas, los demás, consigo mismos y con Dios.
El pecado no es querido por Dios, no porque signifique que no la amamos. ¡NO! Él no necesita de nuestro amor. Él no quiere el pecado porque daña al ser humano, porque te daña a ti, a quien ha creado por amor, para que seas feliz.
Aquellos que reconocen sus pecados, ante Dios Amor, se acercan a pedir y recibir el perdón divino en el sacramento de la reconciliación. Dios les perdona por los méritos de la Sangre derramada por Jesús en la Cruz, para perdonar nuestros pecados (Jn 1,36), redimirnos y restablecer la alianza santa entre el Creador y la creatura.
Redimidos por la pasión de Jesucristo, aquellos que hemos aceptado la redención, somos capaces de relacionarnos con la naturaleza, de la cual nos sentimos responsables y de reconocernos como administradores. No dueños y mucho menos sometidos a ella o a creatura alguna, por lo que entendemos y procuramos respetar y poner en práctica la justa distribución de los bienes para todos los seres humanos y no para unos cuantos o para sí mismo. Por lo tanto, además de no engendrar idolatrías hacia el dinero o alguna cosa, planta, animal o persona, fomentamos una sana ecología. Así, distinguiendo entre el Creador y la creatura, fácilmente reconocemos la mano amorosa de nuestro Padre Dios, Quien crea todo para el bien de todos los seres humanos.
Quien acepta la redención que procede del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, reconoce también que el prójimo es hermano a quien hay que amar y con quien hay que ser solidario, por lo que se abre a la amistad, a la familia, al trabajo, a la empresa, a la política, a los medios de comunicación social y a cualquier actividad humana, procurando siempre el bien común.
La experiencia única del Unigénito, Jesucristo, el Hijo de Dios, es la que fundamenta la relación con nuestro Padre Dios y nos abre a la Gracia, para que nos experimentemos amados por Él, y así, reconciliados con Dios y redimidos por Él, sentimos alegría y paz en nuestros corazones y nos esforzamos en restablecer con los demás, relaciones fraternas, en justicia y en libertad, las que por su bondad, generan desarrollo para todos. Así testimoniando la presencia de Dios en nuestras vidas, nos experimentamos, plenamente felices.
Dios es quien al reconciliarnos, se hace presente en nuestras vidas y nos da paz y alegría que armonizan todo nuestro ser y nos ayudan a alcanzar la santidad.
Reconociéndonos pecadores, recibimos el perdón y la redención de Dios que nos permite experimentar la grandeza de su amor, Quien nos redime, enviándonos a su Hijo Único, Quien muere en la Cruz, por amor a nosotros, para que tengamos Vida Nueva y Vida Eterna, es decir para que seamos felices (santos) en esta vida y alcancemos la santidad (felicidad plena) en el Cielo.

ORAR
Padre, arrepentido de mis pecados, te pido perdón por ellos y te pido me concedas, nunca más separarme de Ti. Quiero ser feliz, quiero ser santo, no solo por mi bien, sino por el bien de los demás y sobretodo para Gloria tuya. Padre, que todos te conozcan y te amen, esa es la única recompensa que quiero. Jesús, que todos te conozcan y te amen, esa es la única recompensa que quiero. Espíritu Santo, que todos te conozcan y te amen, esa es la única recompensa que quiero. Santísima Trinidad, que todos te conozcan y te amen, esa es la única recompensa que quiero.

ACTUAR
Hoy haré una revisión de mi vida. Reflexionaré Quién es Dios para mí y sobre lo que Él espera de mí. Haré un proyecto de vida para una semana, para un mes, para seis meses y un año y periódicamente lo iré evaluando. PROCURARÉ CONFESARME LO MÁS PRONTO POSIBLE Y DESPUÉS, POR LO MENOS UNA VEZ AL MES. Reforzaré estas actitudes con la oración diaria y, a lo menos, con la Misa y Comunión dominicales.
Hoy, de manera más consciente rezaré el Padre Nuestro, reflexionando especialmente las palabras “PERDONA NUESTRAS OFENSAS” y procuraré escribir lo que significan para mí. Si es posible compartiré mi reflexión con Mons. Pedro Agustín.

Aparta la fecha para que asistas a la beatificación de la Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (21-abril-2012. Basílica de Guadalupe. 11:00 horas).

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