lunes, 11 de agosto de 2014

14-08-11 LECTIO DIVINA.

 Santa Clara. Mt 17, 22-27. 

LA IMPORTANCIA DEL TESTIMONIO. Ciertamente la vida es corta, y hoy parece que cada vez está más acelerada y todo pasa rápido. La noticia de hoy, pronto es suplantada por un nuevo acontecimiento y en medio de esta vorágine de hechos se nos olvida de la importancia del testimonio. Dar testimonio significa tener conciencia de quién soy y por qué hago, lo que hago. Dar testimonio es enseñar a las nuevas generaciones y respetar al otro que tiene derecho a conocer los principios que rigen mi vida. Dar testimonio es ser fiel a mí mismo y a mis valores. Dar testimonio es ayudar a que el mundo sea mejor. Dar testimonio es manifestar mi identidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.





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