Mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador
Mons.
Pedro Agustín Rivera Díaz
En
la celebración de la Asunción de la Virgen María al Cielo, el texto bíblico
tomado del Evangelio de san Lucas, (Lc 1, 35-56), nos habla de la visita que la
Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María,
el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo.
Este
bello pasaje, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”.
Por eso reflexionemos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se
alegra en Dios, mi Salvador!
La
Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en
su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene
fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que
cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.
Estos
motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para
nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no
tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos
experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque
Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos
Vida Nueva y Vida Eterna?
El
fragmento bíblico que meditamos, también señala que la Virgen María regresó a
su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las
dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la
Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella,
podemos percibir en la Virgen María la permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador!
Nosotros,
ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada
día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce
miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y
enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir
atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión
de salud mental.
Hoy
dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con
la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él
brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.
Jesús,
nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el
Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la
Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn
10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es
auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es
eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es
importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad
fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la
Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.
Hoy,
y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente
en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos
nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi
espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!
“Padre
amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús
y derramar la gracia de tu Espíritu en
mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te
hacen presente en medio de la humanidad”.
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