lunes, 8 de agosto de 2011

Meditación del Evangelio del 7 de agosto del 2011


11-08-07.
DOMINGO XIX. Mt 14, 22-33.
¡Realmente eres Hijo de Dios!

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. Jesús se presenta caminando sobre las aguas, hacia la barca en la que están los apóstoles. San Pedro intenta seguirlo pero se hunde en el mar, Jesús lo rescata y suben en la barca, en ese momento, disminuye el  viento, se calma el mar. Los de la barca se postran ante Jesús y le dicen “¡Realmente eres Hijo de Dios!”.
La expresión genérica de hijo de Dios, en el sentido judéo-cristiano, se aplicaba a toda persona que tenía una relación íntima y directa con Dios. En relación con Jesucristo se refiere a la segunda persona de la Santísima Trinidad, al Unigénito Hijo de Dios. “Engendrado, no creado”, decimos en el Credo. Verdadero Dios y verdadero hombre. Jesucristo es el Hijo de Dios (con mayúscula), en Él y por Él, nosotros somos hijos de Dios por adopción.

Para algunos exégetas, la barca representa a la Iglesia o a la propia vida, la familia, la salud, mis relaciones. El mar y el viento representan al mal y las calamidades que nos acompañan en nuestro diario vivir.
El hecho de que se calmen el viento y el mar, al subir Jesús a la barca, es señal de que, en su presencia, lo exterior y lo interior del hombre, se pacifica.
Los judíos no se postran ante los hombres, sólo ante Dios. San Mateo manifiesta el reconocimiento de la divinidad de Jesús, por parte de los tripulantes de la barca señalando que ellos se inclinaron ante Jesús, exclamando “realmente eres Hijo de Dios”.

MEDITAR: La pregunta que siempre queda en el aire es ¿quién es Jesús para mí? En ocasiones podemos estar viviendo una relación superficial con Él y considerar que esto es suficiente. Por ejemplo, alguno podría decir: Yo estoy muy ocupado con mis cosas, mi familia, mis diversiones, mis asuntos, tanto, que no  puedo atender a Dios, ni mucho menos ocuparme de Él. También podría decir: “Jesús es “tan buena onda” que siempre está ahí, me perdona y me responde cuando tengo una necesidad”, por lo mismo, “cuando lo necesite lo buscaré”, mientras tanto haré con mi vida lo que quiera y si tengo un problema acudiré a Él”.

¿Será necesario que yo tenga un problema para buscar a Jesús? o ¿será mejor que yo me habitué a vivir en frecuente relación con Él para vivir auténticamente como hijo de Dios?

ORAR: Señor Jesús, Tú me conoces y siempre estás conmigo y me ayudas. Yo soy el que me aparto de Ti y pretendo utilizarte como si fueras “el apaga fuegos de mi vida”. Tú eres Dios y has muerto en la Cruz, para mostrarme cuanto me amas, para darme vida en abundancia y pueda yo alcanzar la Vida Eterna. No necesito tener “un gran problema” para acercarme a Ti. Realmente ya, hoy, tengo muchos problemas y Tú estás dispuesto a ayudarme. Señor toma el timón de mi vida. Enséñame a orar para mantenerme en frecuente unión Contigo. En medio de las tormentas de mi vida, manifiéstate, entra en mi corazón y dame tu paz.

CONTEMPLAR: Señor. Tú conoces los pensamientos que bullen en mi cabeza y los sentimientos de mi corazón que me agitan como un mar embravecido. Estando en la barca de mi vida, veo los males que me aquejan, siento el movimiento que me zarandea, escucho el rugir del viento, siento el desasosiego que me invade y en medio de todo esto te veo a Tì. Te invito a que vengas y estés en mi vida. Ven Señor que me hundo, ven Señor y rescátame, ven y quédate conmigo, dame tu paz.

Señor, miro la grandeza de tu amor y mi pequeñez y me pregunto: ¿cómo  es posible que te fijes en mí, me busques y salgas a mi encuentro, a través de estas reflexiones y otros medios más con los que me demuestras que me amas?

Hoy quiero postrarme ante Ti, poner mi vida y mis seguridades ante Ti. Hoy quiero decir, al mirar la grandeza de tu amor, que quiero ser como Tú. Tú conoces mis deficiencias y sales a mi encuentro y me sacas del fango en el que estoy sumido y me redimes. Acepto la vida nueva que me das, experimento la paz que proviene de tu perdón. Tu mirada llena de amor hacia mí, me invita a seguirte y, a nunca más dejarte. Acéptame Señor como posesión tuya. Gracias porque me conoces y me amas, gracias por permitirme conocerte y amarte, concédeme trabajar para que muchos te conozcan y te amen. Hoy, desde lo más profundo de mí ser, me postro ante Ti y de la manera más sincera y convencida, te digo: ¡Realmente eres Hijo de Dios!

ACTUAR: Me acercaré más a Dios, me confesaré y comulgaré. Incrementaré y regularizaré mis tiempos de oración. Constantemente haré presente a Jesús en mi vida diciéndole ¡Realmente eres Hijo de Dios!

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

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