lunes, 8 de agosto de 2011

Meditación del Evangelio del 6 de agosto del 2011


11-08-06.
LA TRANSFIGURACIÓN. Mt 17, 1-9.

¡Qué bien se está aquí!

LEER. El texto de san Mateo, que nos habla de la Transfiguración del Señor, sitúa a Jesús, con tres de sus apóstoles,  Pedro, Santiago y Juan, en una montaña. Ese breve anticipo de Cielo, lleva a decir a Pedro ¡qué bien se está aquí!, y a pedirle al Maestro, que hagan tres tiendas y ahí se queden. El Señor Jesús les invitará a que bajen de la montaña y vuelvan a lo cotidiano de la vida, pues es ahí, donde dar testimonio de que llevan a Jesús en su corazón.

MEDITAR: La visión de la transfiguración duró unos instantes, la presencia de Jesús en los apóstoles fue para toda la vida. La experiencia mística que vivieron los apóstoles la podemos referir a esos momentos en que cada uno de nosotros experimentamos algo que nos llena de alegría y acrecienta nuestra fe. Lo más importante no es la experiencia en sí, sino el Señor Jesús. Cuando nosotros nos quedamos ante lo asombroso y en ello ponemos nuestra fe, nos podemos parecer a quienes se sienten fuertes cuando les va bien y se derrumban ante cualquier problema; o a las personas que ante una preocupación buscan “un milagro” de Dios y si no se les concede se desaniman: dicen “perder la fe”, cambian de religión o buscan quien les haga “una limpia” o algún tipo de sortilegio.

El centro de nuestra vida siempre ha de ser Jesús; en vez de buscar las bondades del Señor, debemos permanecer en el Señor de las bondades. Si dejamos que Él entre y permanezca en nuestro corazón, en donde quiera que estemos, podremos decir ¡qué bien se está aquí!, porque Cristo vive en mí.

ORAR: Jesús Sacramentado, concédeme que al estar de rodillas ante Ti, verte transfigurado y recibirte en mi corazón, de tal manera que al volver a mis actividades te lleve a mis hermanos y viva la alegría de darte a conocer y amar, anunciando tu Palabra y siendo testigo de tu amor. Así, si Tú vienes conmigo, en donde quiera que esté podré decir: ¡qué bien se está aquí!

CONTEMPLAR: La transfiguración es un destello de la realidad fundante: Jesús es Dios. Más importante que lo que podamos ver en una visión, es su presencia misma. Por eso, la conversión de nuestra vida, no puede ser para un momento o de vez en cuando, sino que tiene que ser diaria y continua, para toda la vida. Los apóstoles, conducidos por Jesús, regresaron a lo cotidiano de su vida, porque era ahí, donde tenían que dar testimonio de su fe. Para nosotros ocurre igual, creyendo en el Señor, convertidos a Él, debemos dar testimonio de su presencia en nosotros, con nuestras obras, palabras y acciones. Esto será más fácil  al experimentar la presencia de Jesús.

Ciertamente, la transfiguración de Jesús es una manifestación de que Él es el Hijo de Dios. En Jesucristo también nosotros somos, por adopción hijos de Dios. La transfiguración diaria que debemos vivir es la conversión de nuestras vidas y ésta se manifiesta cuando: en vez de devolver mal por mal, perdono. Cuando a pesar de que las cosas van mal, persevero haciendo el bien. Cuando en lugar de sólo mirar el mal del mundo y lo mal que están las cosas, miro el proyecto de Dios y me uno a Él, para anunciar el Evangelio y construir un mundo mejor.

ACTUAR: Nosotros no tenemos una “montaña” en la que podemos contemplar a Jesús transfigurado, como los apóstoles, tenemos algo mejor. En cada altar en el que se celebra la Misa, en cada sagrario, en cada custodia donde está Sacramentado: Jesús transfigurado está real y verdaderamente, para manifestarnos su Gloria y propiciar nuestra conversión. Acudamos a Él frecuentemente, renovemos nuestra conversión ante Él. Anticipemos el Cielo en nuestras vidas, acerquemos a muchos de nuestros hermanos a Jesús. Llevemos a todos lados la alegría de la presencia de Cristo: a lo cotidiano de la vida en nuestro hogar, escuela, trabajo, oficina, lugar de diversión. Llevemos a Cristo en nuestro corazón y al hacer el bien, en cualquier lugar, siempre podremos decir ¡qué bien se está aquí!

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

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