11-09-04. DOMINGO XXIII.
Mt 18, 15-20.
LA PRESENCIA DE JESÚS EN MI FAMILIA Y EN MI ENTORNO
Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
Evangelio: Mateo 18, 15-20. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano comete un pecado, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.
Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra, quedará atado en el Cielo, y todo lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el Cielo. Yo les aseguro, también, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
LEER: En este párrafo del Evangelio reconocemos cuatro enseñanzas, la corrección fraterna, el perdón de las faltas del prójimo, la importancia de ponerse de acuerdo y la presencia de Jesús en medio de los que se reúnen en su nombre.
MEDITAR: Lo que identifica estas cuatro enseñanzas es la unidad y junto con ella la paz, que de ellas proceden. Cada uno de estos pasos es valioso por sí mismo y se puede aplicar cada uno por separado o en su conjunto, como lo vamos a ver.
En estos cuatro pasos encontramos un camino de qué hacer cuando tenemos una dificultad o falla, con nosotros mismos o con alguna persona, y queremos resolverla. Lo primero es invitar a la reflexión. La palabra “reprender” la entendemos como “regaño”, pero si nos vamos a su etimología la podríamos definir como “retomar”, “recuperar”. ¿Tienes algún problema contigo mismo, cometiste alguna falla? Recupera la calma. Recupérate. ¿Es otro el que falló? No lo juzgues antes de tiempo, no lo condenes ni lo sentencies: Recupéralo. Si es necesario, llama a otra persona para que le ayude. Si es a ti a quien quieres recuperar, déjate ayudar, por alguien que te sea afín. Si lo requieres, busca un consejero adecuado: un sacerdote, un psicólogo, un amigo prudente y no a alguien muy comunicativo, de poca confianza o sin fe.
El segundo paso es siempre perdonar en el nombre de Jesús: “Lo que ates o desates en la tierra, de igual manera queda en el Cielo”. Ama en Jesús. Si se refiere a ti: ámate en Jesús. Si lo aplicas a otra persona: ámala en Jesús. Cuando quieras cambiar a alguna persona o situación, primero ámala y eso te facilitará el perdonar, y perdonando tendrás paz en tu corazón y “los ojos limpios” para poder ayudarte o ayudar a otros. Cuando Dios perdona, olvida. Si el perdón es para ti, perdónate, acéptate y reconoce que Dios ya te perdonó, máxime si además te has confesado y recibido la absolución de tus pecados. Si el perdón lo otorgas a otra persona, confíala a Dios, lo que te corresponde es mantener tu corazón libre de odios, resentimientos o rencores. Cada quien es como es, acepta y ama a los demás como son.
El tercer paso es llegar a acuerdos y ponerlos en manos de Dios, no sólo valiéndote de tus propias fuerzas, sino sobre todo en el amor de Dios. Si el acuerdo es contigo mismo, tener a Dios como aliado te será fabuloso y si el acuerdo es con otros, Dios les ayudará a realizarlo.
El cuarto paso es poner a Dios siempre en medio de tus relaciones. La ventaja es que donde tú vayas y estés, siempre estará Dios, porque eres su hijo(a). De esta manera, donde tú estés llevarás su presencia a aquellas personas con las que hablas y en consecuencia, si invitas a quien(es) te acompaña(n) a que se ponga(n) en presencia de Dios, los acuerdos a los que lleguen, siempre contarán con el favor de Dios.
Apliquemos estos pasos en la vida de familia, en el lugar de trabajo o de estudios, en reuniones de amigos o familiares y nos reconoceremos misioneros del amor de Dios, estando en paz y siendo pacificadores.
ORAR: Señor regálame tu presencia y “hazme un instrumento de tu paz, particularmente en mi familia, pues perdonando es que nos das perdón; que donde haya odio, lleve tu amor; donde haya injuria, tu perdón Señor; donde haya duda, fe ten Ti, Señor” (San Francisco).
CONTEMPLAR: Como humanos; somos seres en relación. Lo ideal sería que nuestras relaciones siempre fueran tersas, en la verdad, en la justicia y en el amor. La “realidad que nos circunda” nos muestra que no es así. Sin embargo eso cambia, cuando al menos una persona actúa cristianamente y no al estilo común de los demás. Centrados en la “realidad fundante”: Dios, sabemos cuál es su plan de amor y como hijos suyos, nos aliamos con Él para realizarlo.
Nublada la razón por los sentimientos, es muy común que la gente se agreda y fácilmente rompa relaciones con los demás, incluso con los más cercanos, afectivamente hablando: el cónyuge, los hermanos, los padres, los hijos, demás familiares o amigos y también con compañeros de trabajo, vecinos o gente que pasa por las calles, etc.
Dejar de tender puentes de diálogo, romper relaciones: nos aísla, nos genera sentimientos de soledad y frustración y en poco tiempo, quizá sin darnos cuenta, sentimos que lo que nos rodea es un ambiente agresivo, ante el que nos sentimos indefensos y desconfiados, del que nos tenemos que proteger y quizá en poco tiempo nosotros nos volveremos en agresores.
Esto sucede cuando somos esclavos de los sentimientos y circunstancias y ellos nos manejan. Seguir a Cristo y vivir según sus enseñanzas es un acto consciente, es una decisión. Es un acto de libertad en el amor, que se sustenta en Dios que es nuestro Padre. Por eso, cuando en lugar de dejar que las circunstancias sean las que determinen el rumbo de mi vida: yo, unido a Jesús, puedo determinar ser un factor de cambio y tender puentes de comunicación, donde el perdón, el amor y los acuerdos, sean elementos que hagan presente a Dios en mis relaciones, para restaurar y consolidar la paz en mi corazón y con los demás.
ACTUAR: Hoy pensaré en las cosas que de mí no acepto o rechazo. Tomaré la decisión de “recuperarme” y estar en paz conmigo mismo(a). Me perdonaré, me aceptaré como soy y me amaré en Dios. Me mantendré en diálogo con mis sentimientos y los llevaré a la presencia de Dios, para que Él, con su amor y perdón, me dé su paz.
También pensaré en cada una de las personas con las que considero que mi relación está fracturada. Tomaré la decisión de “recuperar” a esa persona, la aceptaré y amaré tal y como es. Espiritualmente, pondré a Dios, en medio de nuestra relación.
En ocasiones, llegar a acuerdos directamente con personas especialmente significativas en nuestra vida (cónyuges, hermanos, hijos), con las que se fracturó la relación y que no conocen o no les interesa vivir en el amor de Dios, es difícil y en ocasiones contraproducente, buscarlas para llegar a acuerdos. Por lo que, por el momento, pondré paz en mi corazón en relación con ellas y las perdonaré en mi interior o les pediré perdón, si es el caso. Si es posible establecer puentes de comunicación y de diálogo; me comunicaré con ellas cuando Dios me lo indique en mi corazón o me dé la oportunidad para hacerlo.
Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero. M. María Inés Teresa Arias.
Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar.
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto.
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice.
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.
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