lunes, 15 de agosto de 2011

Meditación del Evangelio del 15 de agosto del 2011


11-08-15.
LUNES XX. Lc 1, 35-56.

Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

LEER. Hoy celebramos la Asunción de la Virgen María al Cielo. El texto bíblico tomado del Evangelio de san Lucas, nos habla de la visita que la Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María, el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo. Este bello pasaje, que aparece íntegro al final de este documento, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”. Concluye el texto señalando que la Virgen María después de unos tres meses regresó a su casa.

MEDITAR: El texto bíblico es tan rico, que muchos temas de meditación podemos obtener de él, por eso aparece al final, para que cada quien lo lea y haga su propia meditación. Hoy, de manera común reflexionaremos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!

La Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.

Estos motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para cada uno de nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos Vida Nueva y Vida Eterna?
Hoy dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.

ORAR: Padre amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús y derramar  la gracia de tu Espíritu en mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te hacen presente en medio de la humanidad. Gracias por la Iglesia que conserva tu Palabra y difunde tu Misericordia en los sacramentos, particularmente en los de la Reconciliación y la Eucaristía. Gracias por mi familia, mis amigos y el mundo que me rodea. Gracias por darme la vida y permitirme ser tu hijo(a), gracias por darme tu Espíritu y la alegría que llena todo mi ser. Junto con la Virgen María diré: ¡Mi espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!

CONTEMPLAR: El fragmento bíblico que meditamos, señala que la Virgen María regresó a su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella, podemos percibir en la Virgen María la constante permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador!

Nosotros, ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión de salud mental.

Jesús, nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.

Hoy, y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!

ACTUAR: Que importante es vivir todos los días en la alegría del Señor. Hoy procuraré vivir en el gozo de Dios mi Salvador.

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

Del santo Evangelio según san Lucas (1,39-56):
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita Tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa Tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por Mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.



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