lunes, 12 de septiembre de 2011

Meditación del 13 de septiembre del 2011

11-09-13
Martes XXIV. Lc 7, 11-17.

¡YO TE LO ORDENO, LEVÁNTATE!

Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz

Evangelio: Lucas 7, 11-17: En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre. Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate».
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.

LEER. Naín era un pequeño poblado situado a siete kilómetros del Monte Tabor y también cercano a Nazaret. El relato bíblico nos muestra un pasaje lleno de dolor pues una mujer viuda, lleva a enterrar a su único hijo. En tiempos de Jesús, y en muchas ocasiones, hoy también, el que una mujer quede sola, es dejarla en el desamparo social. El encuentro con Jesús, devolverá a la vida no solo al joven “revivido”, sino también a su madre y suscitará la fe en el poblado y en las regiones circunvecinas.

MEDITAR: El contexto de este fragmento evangélico, fácilmente lo podemos imaginar, porque quizá a todos se nos ha muerto algún familiar o algún amigo y entonces podemos entrar en la propia experiencia del dolor. Las imágenes que vienen a nuestra mente y los sentimientos que se remueven son muchos y todos ellos pueden encontrar sanación cuando los contemplamos en el gesto solidario de Jesús que sale a nuestro encuentro para darnos paz y nueva vida. El pasaje meditado también es como un anticipo de la Pasión de Jesucristo y el dolor de la Virgen María al ir a enterrar a su Hijo. El encuentro con Él, una vez resucitado, clarifica y fortalece, la fe de los apóstoles, haciéndolos testigos alegres de la resurrección.

Ciertamente hay diferencia entre la Resurrección, que es la Vida Eterna y el “reavivamiento” del hijo de la viuda de Naín, que es un anticipo de la Resurrección a la que estamos llamados y al mismo tiempo una expresión de la Vida Nueva que en Cristo todos podemos vivir.

La escena nos deja entrever cuatro tipos de reavivamiento; el del joven, el de su madre, el de la comunidad y el de los discípulos de Jesús, entre los que nos contamos nosotros. La vida para todos los presentes, en ese momento, cambió y también para los que vieron su testimonio de vida; por lo mismo también puede cambiar para ti y para mí. Tanto para el joven como la viuda, su vida, después del encuentro con Jesús cambia radicalmente, reciben la “vida nueva de Jesús”. Para la comunidad es una llamada de atención para acercarse a Jesús y recibir la “vida nueva”. Para los discípulos, es fortalecer la “vida nueva” que ya habían recibido al aceptar a Jesús en su corazón, consolidar su fe y cada vez más introducirse en el camino del amor de Jesús.

¿Eres tú quién se experimenta muerto en algún área de su vida? ¿Sufres porque alguien a quien amabas ya no está a tu lado? ¿El testimonio alegre de alguien te ha motivado a ser mejor? ¿Tú quieres compartir la experiencia de tu encuentro con Jesús que ha cambiado tu tristeza en alegría?

El encuentro de Jesús ¿te dará “vida nueva” como al joven muerto o a su mamá?, ¿te motivará para seguirlo? ¿Es un estímulo para seguirlo con un mayor compromiso?

ORAR: Señor, Tú sabes que en mi corazón, hay partes que se han muerto. Alguien me falló, yo mismo cometí un error o alguna experiencia del pasado o reciente me generó dolor y me llenó de miedo, angustia, amargura, tristeza y desconfianza, hacia mí y hacia los demás. Todo eso Señor, me ata de manera negativa a mi pasado. Sal a mi encuentro Señor y “reaviva en mí lo que yo he dejado que se muriera”, pensando que yo u otros han matado mis ilusiones.

Sal a mi encuentro Señor y sáname las heridas que llevo, pues no sólo quiero experimentar tu presencia sanadora y tener “la vida nueva que Tú me das”, sino que también quiero ser un testigo alegre de tu resurrección para llevarte a tantas personas “muertas en vida” que no se abren a tu amor, ni han experimentado la alegría de la vida nueva que das con tu perdón.

CONTEMPLAR: Meditar la Palabra de Dios, nos lleva a comprender mejor que Dios nos crea por amor para que seamos felices. Por lo que cuando no lo somos, alguna atadura nos lo impide, por lo que te tenemos que dejar que Jesús con su Gracia nos libere, sólo en Él podemos ser libres para ser felices y ayudar a que otros también sean libres. Veamos la cara de quienes nos rodean, veamos nuestra cara en el espejo y seguramente encontraremos rasgos que denotan tristeza e insatisfacción.

Entremos en nuestro corazón y vayamos a la historia de los acontecimientos que nos han quitado la alegría en nuestra vida y reconozcamos que en ocasiones vamos llorando por los sentimientos bellos que hemos dejado que se murieran. Dejemos que Jesús se haga presente en nuestra vida y nos libere de la carga del dolor por las experiencias tristes o amargas que hemos tenido. Puede ser que la persona que nos dañó o a quien dañamos, todavía viva, pero todo eso está fuera de mí. Lo que me hace sufrir es el “recuerdo que me mata”, es el “sentimiento que ha quedado herido o yo he matado” y por lo mismo algo de mí está muerto.

El pasado ya no existe y yo no puedo vivir atado a un sentimiento que me hace daño. Hoy yo puedo tomar el lugar del “hijo de la viuda de Naín” o el de la misma viuda y decirle a Jesús, que quiero oír cómo me dice: “Yo te lo mando: levántate”. Quiero salir de mi tristeza y de mi amargura, quiero llenarme de la Vida Nueva que Jesús me da, quiero ser feliz y hacer felices a quienes me rodean, en mi “aquí y ahora” en lugar “de seguir muerto” en un pasado que ya no existe, en un tiempo que ya no es ni será. Quiero vivir en la alegría de mi hoy y de mi diario encuentro con Jesús que me reviva y me invita a dar un testimonio alegre de su presencia en mi corazón y en la vida nueva que me da.

El pasaje que contemplamos también nos puede ser útil, como ya lo mencionamos arriba, para meditar en la Pasión y muerte de Jesucristo. Jesús muere por nuestros pecados, de alguna manera somos también responsables del dolor que su Madre experimentó. Cuando, a causa del pecado, nosotros vivimos “como muertos en vida”, Ella también se duele y ora por nuestra conversión. Cuando estamos en los últimos momentos de nuestra vida biológica, Ella está a nuestro lado e intercede por nosotros, pues le decimos en el Ave María, “ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte” y cuando morimos, Ella, en el Cielo sale a recibirnos.

ACTUAR: Estoy llamado a ser feliz y a proyectar y compartir la alegría que la presencia de Jesús y de la Virgen María me generan, por lo que entraré en mi interior y si descubro que hay experiencias del pasado que le quitan plenitud a mi vida, en oración le pediré a Jesús que me libere de ellas y adquiera “vida nueva” en Él, al escuchar cómo me dice: “Yo te lo mando: levántate”.

Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero. M. María Inés Teresa Arias.

Seguimos el esquema de la Lectio Divina: Leer, meditar, orar, contemplar y actuar.
Leer, es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en contexto.
Meditar es reflexionar sobre lo que el texto bíblico me dice.
Orar: Es responder a la Palabra, qué le digo a Dios: es petición, intercesión, agradecimiento, alabanza, etc.
Contemplar el reto de llegar a la conversión de la mente, del corazón y de la vida, según el Corazón de Cristo.
Actuar, es mi compromiso por hacer vida la Palabra de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario