EL DIÁLOGO Y LA APERTURA A LOS DEMÁS (EMPATÍA)
SON PARTE ESENCIAL DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA.
El Papa Francisco a los Obispos de Asia. (Haemi, Corea del Sur. 17-ago-14)
Resumen. Mons. Pedro Agustín Rivera Díaz
El Papa Francisco, el domingo 17 de agosto, al dirigirse a los obispos de Asia señaló el diálogo y la empatía, fundados en la identidad cristiana como elementos esenciales para la evangelización de un mundo pluricultural y religioso.
(NOTA: Los “títulos” y lo que aparece entre paréntesis son añadidos míos, lo demás es texto original del Papa Francisco, por eso no lo entrecomillo).
El diálogo con las personas y las culturas parte de nuestra identidad cristiana y la empatía con la que escuchemos a los demás.
Nuestro compromiso por el diálogo se basa en la lógica de la encarnación: en Jesús, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros, ha compartido nuestra existencia y nos ha hablado con un lenguaje humano (cf. SAN JUAN PABLO II. Ecclesia in Asia, 29).
DIÁLOGO
No podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad. Desde la nada, desde una autoconciencia nebulosa no se puede dialogar, no se puede empezar a dialogar. Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida. Se trata de atender, y en esa atención nos guía el Espíritu Santo. Tener clara la propia identidad y ser capaces de empatía son, por tanto, el punto de partida de todo diálogo. Si queremos hablar con los otros, con libertad, abierta y fructíferamente, hemos de tener bien claro lo que somos, lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que espera de nosotros. Y, si nuestra comunicación no quiere ser un monólogo, hemos de tener apertura de mente y de corazón para aceptar a las personas y a las culturas. Sin miedo: el miedo es enemigo de estas aperturas.
(Tres tentaciones del espíritu del mundo o de la “mundanalidad”) a la identidad cristiana:
1. El relativismo que oculta el esplendor de la verdad y lleva a la confusión y a la desesperación. El teórico que rechaza a Cristo y el práctico que de manera casi imperceptible, debilita nuestro sentido de identidad.
2. La superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes. Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse, la práctica de las virtudes se vuelve formalista y el diálogo queda reducido a una especie de negociación o a estar de acuerdo en el desacuerdo. El acuerdo en el desacuerdo…
3. La aparente seguridad que se esconde tras las respuestas fáciles, frases hechas, normas y reglamentos.
NUESTRA IDENTIDAD
La fe viva en Cristo constituye nuestra identidad más profunda, es decir, estar enraizados en el Señor.
Nuestra identidad de cristianos consiste, en definitiva, en el compromiso de adorar sólo a Dios y amarnos mutuamente, de estar al servicio los unos de los otros y de mostrar mediante nuestro ejemplo no sólo lo que creemos sino también lo que esperamos y quién es Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12).
A partir de esta identidad profundad, la fe viva en Cristo en la que estamos radicados… comienza nuestro diálogo y eso es lo que debemos compartir, sincera y honestamente, sin fingimientos, mediante el diálogo de la vida cotidiana, el diálogo de la caridad y en todas aquellas ocasiones más formales que puedan presentarse. Ya que Cristo es nuestra vida (cf. Flp 1,21), hablemos de Él y a partir de Él, con decisión y sin miedo. La sencillez de su palabra se transparenta en la sencillez de nuestra vida, la sencillez de nuestro modo de hablar, la sencillez de nuestras obras de servicio y caridad con los hermanos y hermanas.
LOS FRUTOS DE LA IDENTIDAD CRISTIANA
Un aspecto más de nuestra identidad como cristianos: su fecundidad. Naciendo y nutriéndose continuamente de la gracia de nuestro diálogo con el Señor y de los impulsos del Espíritu, da frutos de justicia, bondad y paz. (Solidaridad con el pobre y el necesitado, pero también misión evangelizadora que transforma la realidad humana y que por eso incide también en la cultura, en la educación, en la política, en los medios de comunicación social y se hace cultura de la vida por la defensa del matrimonio, de la familia, de la vida naciente y en todas sus etapas, desde su inicio hasta el final natural de ella. Que es para la mujer y para el hombre, para el niño, adolescente, joven, adulto y anciano, para el sano y el enfermo, para el connacional y el extranjero, para el católico y el no católico).
LA EMPATÍA
Finalmente, junto a un claro sentido de la propia identidad cristiana, un auténtico diálogo requiere también capacidad de empatía.
Para que haya diálogo tiene que darse esta empatía. Se trata de escuchar no sólo las palabras que pronuncia el otro, sino también la comunicación no verbal de sus experiencias, de sus esperanzas, de sus aspiraciones, de sus dificultades y de lo que realmente le importa.
Esta empatía debe ser fruto de nuestro discernimiento espiritual y de nuestra experiencia personal, que nos hacen ver a los otros como hermanos y hermanas, y “escuchar”, en sus palabras y sus obras, y más allá de ellas, lo que sus corazones quieren decir.
En este sentido, el diálogo requiere por nuestra parte un auténtico espíritu “contemplativo”: espíritu contemplativo de apertura y acogida del otro. No puedo dialogar si estoy cerrado al otro. ¿Apertura? Más: ¡Acogida! Ven a mi casa, tú, a mi corazón. Mi corazón te acoge. Quiere escucharte.
Esta capacidad de empatía posibilita un verdadero diálogo humano, en el que las palabras, ideas y preguntas surgen de una experiencia de fraternidad y de humanidad compartida.
Si queremos llegar al fundamento teológico de esto, vayamos al Padre: Él nos ha creado a todos. Somos hijos del mismo Padre. Esta capacidad de empatía lleva a un auténtico encuentro, –tenemos que caminar hacia esta cultura del encuentro–, en que se habla de corazón a corazón. Nos enriquece con la sabiduría del otro y nos dispone a recorrer juntos el camino de un mayor conocimiento, amistad y solidaridad.
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martes, 19 de agosto de 2014
La mártir más pequeña beatificada por el Papa Francisco en Corea. AÚN NO CUMPLIA 12 AÑOS, CUANDO DIO TESTIMONIO DE SU FE.
Anastasia Yi Bong-geum nació en 1827.
Fue educada por su madre y a temprana edad sabía cumplir sus deberes religiosos y amaba al Señor con todas sus fuerzas. Era, afirman algunos, “un hermoso y pequeño ángel con un gran corazón”.
Con diez años aprendió las oraciones de la mañana y la tarde, así como el Catecismo. Conoció a un sacerdote que se hospedó en su casa. Impresionado por la devoción de la niña, el misionero le permitió recibir la Primera Comunión aunque era considerada muy joven para recibir el Sacramento en esa época.
Cuando la persecución Gihae se inició en 1839, escapó con su madre pero fueron arrestadas. La niña fue interrogada por el jefe policial, quien le preguntó los datos del misionero, a lo que ella respondió que era muy pequeña para saber esas cosas.
Luego, el policía le dijo que si hablaba contra Dios, le perdonaría la vida. Pero Anastasia respondió: “no sabía cómo adorar al Señor hasta que llegué al uso de razón a los siete años. También era muy joven para leer libros. Pero desde los siete años hasta ahora, he adorado al Señor. Por lo tanto, no puedo traicionarlo ni hablar mal de Él incluso si tengo que morir mil veces”.
Anastasia fue llevada a prisión sin ser torturada porque era niña. Su madre dudó de su firmeza y le dijo que “seguramente traicionarás al Señor ya que no tienes valor para afrontar la tortura”. La pequeña respondió que nunca haría eso y le prometió a su madre mantenerse fiel a la enseñanza de la Iglesia “sin importar la clase de tortura que tuviese que sufrir”.
El jefe policial insistió a Anastasia para que salvara su vida, pero tampoco cedió. Luego fue amenazada muchas veces pero tampoco sucumbió a la prisión. Al darse cuenta de que no iba a ceder, finalmente la autoridad ordenó que fuera torturada.
Además que ser testigo del martirio de su madre. Ya como huérfana se mantuvo firme hasta el final y el jefe policial, cuando ella no había cumplido aún los 12 años de edad, ordenó que fuera ahorcada en la prisión el 5 o 6 de diciembre de 1839.
Anastasia Yi Bong-geum nació en 1827.
Fue educada por su madre y a temprana edad sabía cumplir sus deberes religiosos y amaba al Señor con todas sus fuerzas. Era, afirman algunos, “un hermoso y pequeño ángel con un gran corazón”.
Con diez años aprendió las oraciones de la mañana y la tarde, así como el Catecismo. Conoció a un sacerdote que se hospedó en su casa. Impresionado por la devoción de la niña, el misionero le permitió recibir la Primera Comunión aunque era considerada muy joven para recibir el Sacramento en esa época.
Cuando la persecución Gihae se inició en 1839, escapó con su madre pero fueron arrestadas. La niña fue interrogada por el jefe policial, quien le preguntó los datos del misionero, a lo que ella respondió que era muy pequeña para saber esas cosas.
Luego, el policía le dijo que si hablaba contra Dios, le perdonaría la vida. Pero Anastasia respondió: “no sabía cómo adorar al Señor hasta que llegué al uso de razón a los siete años. También era muy joven para leer libros. Pero desde los siete años hasta ahora, he adorado al Señor. Por lo tanto, no puedo traicionarlo ni hablar mal de Él incluso si tengo que morir mil veces”.
Anastasia fue llevada a prisión sin ser torturada porque era niña. Su madre dudó de su firmeza y le dijo que “seguramente traicionarás al Señor ya que no tienes valor para afrontar la tortura”. La pequeña respondió que nunca haría eso y le prometió a su madre mantenerse fiel a la enseñanza de la Iglesia “sin importar la clase de tortura que tuviese que sufrir”.
El jefe policial insistió a Anastasia para que salvara su vida, pero tampoco cedió. Luego fue amenazada muchas veces pero tampoco sucumbió a la prisión. Al darse cuenta de que no iba a ceder, finalmente la autoridad ordenó que fuera torturada.
Además que ser testigo del martirio de su madre. Ya como huérfana se mantuvo firme hasta el final y el jefe policial, cuando ella no había cumplido aún los 12 años de edad, ordenó que fuera ahorcada en la prisión el 5 o 6 de diciembre de 1839.
martes, 12 de agosto de 2014
Mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador
Mons.
Pedro Agustín Rivera Díaz
En
la celebración de la Asunción de la Virgen María al Cielo, el texto bíblico
tomado del Evangelio de san Lucas, (Lc 1, 35-56), nos habla de la visita que la
Virgen María hace a su prima santa Isabel. Señala como al oír la voz de María,
el niño que está en el vientre de Isabel, salta de gozo.
Este
bello pasaje, también presenta la oración que conocemos como “La Magnífica”.
Por eso reflexionemos sobre la expresión de la Virgen María: ¡Mi espíritu se
alegra en Dios, mi Salvador!
La
Virgen María es modelo para todo cristiano. Ella es plenamente humana, lleva en
su vientre al Hijo de Dios, pero no es una diosa. Su alegría es porque tiene
fe, porque se siente amada y elegida por Dios, porque tiene una misión que
cumplir, porque Dios es fiel a su Palabra y será llevada al Cielo.
Estos
motivos de alegría de la Virgen María también han de ser motivo de alegría para
nosotros, en particular cuando, comulgamos el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso no
tendríamos que maravillarnos y alegrarnos porque tenemos fe, porque nos
experimentamos amados y elegidos por Dios, porque nos da una misión, porque
Jesús mismo nos dijo que al alimentarnos de su Cuerpo y de su sangre tendremos
Vida Nueva y Vida Eterna?
El
fragmento bíblico que meditamos, también señala que la Virgen María regresó a
su casa, es decir a su vida ordinaria. Sabemos lo que ocurrió con Ella, las
dificultades que experimentó, incluso del dolor de ver a su Hijo, clavado en la
Cruz. A pesar de que son pocos los textos del Evangelio que hablan de Ella,
podemos percibir en la Virgen María la permanencia de: ¡Mi espíritu se alegra
en Dios, mi Salvador!
Nosotros,
ciertamente no podemos evitar ni las ocupaciones ni las preocupaciones de cada
día y ellas nos distraen de lo que realmente es importante. Esto nos produce
miedo, angustia, enojo, que con el tiempo incluso se pueden volver habituales y
enfermizas generando neurosis, traumas y complejos que pueden llegar a requerir
atención psiquiátrica. Los psicólogos reconocen que la alegría es una expresión
de salud mental.
Hoy
dejemos que sea el Espíritu de Dios el que llene nuestra vida, como lo hizo con
la Virgen María, de tal manera que la fe, el gozo y el servicio, que de Él
brotan, se manifieste en nuestro corazón y en todo nuestro ser.
Jesús,
nuestro Señor y Salvador, nos ofrece la Vida Eterna, un día estaremos en el
Cielo con Él, con la Virgen María y con los santos, pero también nos ofrece la
Vida Nueva: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn
10,10). Un signo de esa “abundancia” es la alegría que procede de Él, que es
auténtica y mucho más grande de la que el mundo nos puede ofrecer, pues es
eterna y es un anticipo del Cielo. Para conservarla y acrecentarla es
importante que siempre tengamos puesta nuestra atención en Dios, realidad
fundante, que nunca cambia. Para lograr esto contamos con su Gracia, con la
Iglesia, los sacramentos, las buenas obras y la compañía de los demás.
Hoy,
y ojalá siempre, dejemos que nuestra vida se llene de Dios.; hagámosle presente
en medio de nuestros familiares y amigos y en los ambientes, donde realizamos
nuestra vida. Con nuestras palabras y acciones demos testimonio de que ¡Mi
espíritu se alegra en Jesús, mi Salvador!
“Padre
amoroso, gracias por darme la vida y la fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesús
y derramar la gracia de tu Espíritu en
mi corazón. Gracias por la Virgen María y los santos, que alegrándose en Ti, Te
hacen presente en medio de la humanidad”.
Homenaje a Mons. Juan
Esquerda Bifet
Como
un reconocimiento a 60 Años de Vida Sacerdotal, Familia Eucarística, realizó un
emotivo homenaje a Mons. Juan Esquerda Bifet, quien compartió su testimonio y
algunas experiencias de estos 60 años.
Comentó
que en este lapso ha celebrado alrededor de 22 mil Misas, aunque señaló que “No
son muchas, es una sola, pues el sacrificio de Jesús, no se repite, se
actualiza”.
Además,
a lo largo de este tiempo, Mons. Juan Esquerda ha dado formación, direcciones
espirituales, conferencias, ha escrito varios libros, etc. “En estos temas, me
he centrado en tres líneas: Sacerdocio, Misión y Espiritualidad”.
Compartió
que su vocación nació un poco en relación al Padre Miguel Agustín Pro, “Cuando
empieza la persecución religiosa, incendiaron parroquias y en la mía sacaron
las imágenes y las quemaron. Me acerqué a aquella hoguera y vi a un Cristo
grande con el rostro en llamas, yo era un niño y me asusté mucho”.
“Cuando
cursaba el primer año de bachillerato, no sé por qué pero le dije a mi papá que
ya no quería estudiar más. Hablé con un maestro y le dijo a mi papá que yo
tenía vocación de sacerdote y quise hacer la prueba. Durante 30 días, tenía que
estar en oración frente al Santísimo, al principio no descubría nada, pero
después, desde ese entonces, que era el año 1943, me es imposible dejar las
visitas a al Santísimo”.
Derechos del
Concebido concluyó con éxito misión por la vida
En la misión por la vida que emprendió Derechos del Concebido por el sureste de México, llevó un mensaje de amor y esperanza a distintas ciudades de nuestro país, promoviendo el respeto a la vida de todo ser humano desde el momento de su concepción hasta su fin natural.
En
algunos de estos Estados, desde Derechos del Concebido A. C., ya se ha venido
realizando un trabajo organizado a favor de la vida, y en otros, durante esta
misión, se ha dado la apertura por parte de laicos, sacerdotes y Obispos para
iniciar esta importante labor.
Los
lugares donde asistieron a esta misión
son: Prelatura de Cancún- Chetumal con el Obispo Pedro Pablo; Mérida, con el
Padre Fernando Medeira; Campeche, con el Padre Marcelino, encargado de la
Pastoral Familiar; Tabasco, con el Padre Carlos; Chiapas, con el Obispo de San
Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi; entre otros.
Además
se fundó una nueva sede en Perote, Veracruz y se firmó el acta de
protocolización de la sede de Coatzacoalcos.
Tu
también sé “Voz de los que no tienen voz”. Informes al 5207-3578 derechosdelconcebido@yahoo.com.mx
lunes, 11 de agosto de 2014
14-08-11 LECTIO DIVINA.
Santa Clara. Mt 17, 22-27.
LA IMPORTANCIA DEL TESTIMONIO. Ciertamente la vida es corta, y hoy parece que cada vez está más acelerada y todo pasa rápido. La noticia de hoy, pronto es suplantada por un nuevo acontecimiento y en medio de esta vorágine de hechos se nos olvida de la importancia del testimonio. Dar testimonio significa tener conciencia de quién soy y por qué hago, lo que hago. Dar testimonio es enseñar a las nuevas generaciones y respetar al otro que tiene derecho a conocer los principios que rigen mi vida. Dar testimonio es ser fiel a mí mismo y a mis valores. Dar testimonio es ayudar a que el mundo sea mejor. Dar testimonio es manifestar mi identidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.
Santa Clara. Mt 17, 22-27.
LA IMPORTANCIA DEL TESTIMONIO. Ciertamente la vida es corta, y hoy parece que cada vez está más acelerada y todo pasa rápido. La noticia de hoy, pronto es suplantada por un nuevo acontecimiento y en medio de esta vorágine de hechos se nos olvida de la importancia del testimonio. Dar testimonio significa tener conciencia de quién soy y por qué hago, lo que hago. Dar testimonio es enseñar a las nuevas generaciones y respetar al otro que tiene derecho a conocer los principios que rigen mi vida. Dar testimonio es ser fiel a mí mismo y a mis valores. Dar testimonio es ayudar a que el mundo sea mejor. Dar testimonio es manifestar mi identidad.
Los motivos señalados son válidos y son superados cuando el Testimonio se refiere a mi ser cristiano, a mi ser católico. Porque entonces, el testimonio ya no se refiere sólo a mí o a mis valores familiares, sino a Cristo, porque mi testimonio de fe, me hace testigo del amor de Dios, me lleva a dar testimonio de la Salvación y a vivir como hijo de Dios, es decir, ser como Cristo.
El fragmento del Evangelio según San Mateo, que meditamos hoy, señala el buen humor de Jesús y su testimonio respetuoso a las leyes judías, en este caso un impuesto, el cual pagará “para no darles mal ejemplo” (Mt 17,27). Como bautizados estamos llamados a dar testimonio y a no dejarnos llevar y dar mal ejemplo, solo porque “los demás también lo hacen”. El cristiano donde quiera que esté ha de esforzarse en dar testimonio de honradez, de servicio, de responsabilidad y solidaridad, aunque otros sean corruptos, mentirosos, irresponsables, incumplidos y se aprovechen del más débil.
Desde pequeños, con el ejemplo de los padres los hijos han de aprender a ser fieles y castos, amorosos y serviciales, a no decir mentiras; a ser solidarios en las labores del hogar, a realizar sus tareas y cumplir sus compromisos; a ser leales y respetuosos con todos, en particular con los ancianos, a ayudar a quien lo necesita por sus limitaciones, enfermedad o pobreza. Y sobre todo, desde la propia familia y como familia, el católico debe de dar testimonio de fe, de su pertenencia a Cristo y a su Iglesia; a ir a Misa, a confesarse, a tener un apostolado.
El niño, el joven, están llamados a ser testigos de Cristo en medio de los que tienen su edad, así como los solteros y los casados, con los que tienen su misma condición. El católico en todo lugar: en el trabajo, en la escuela, en la sana diversión, en la calle, debe de estar consciente de su misión de ser testigo de Cristo y lo ha de hacer, no como si esto fuera un fardo o una carga, sino con la alegría de experimentar que el mismo Señor Jesucristo, le anima y le acompaña. De esta manera, como bautizados no solo ayudamos a que el mundo sea mejor, sino que también somos felices, construimos el Reino de Dios en medio de los hombres y alcanzamos la Vida Eterna.
Santa Clara, fue (s. XIII) fue testigo del amor de Jesús, al que imitó en su pobreza, obediencia y caridad.
Jesucristo es el testigo del amor del Padre, sus palabras y hechos así lo manifiestan: “quien me ve a Mí, ve al Padre (Jn 14,9). Tú y yo, todos los bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor y la presencia de Dios en medio de la humanidad. “ustedes son mis testigos” (Is 43,10). Asumamos esta tarea con entusiasmo, hasta alcanzar la santidad.
PREPARA LA MISA DEL DOMINGO
14-08-10 LECTIO DIVINA DOMINICAL. Mt 14,22-33.
EL SEÑOR JESÚS, ESTÁ EN MEDIO DE LA TORMENTA. “¡Ánimo, no tengan miedo, soy Yo!” La Fe en Jesucristo le da rumbo a nuestra vida. La Fe en Jesús, nos da alegría, gozo y paz. La Fe en el Salvador nos fortalece y nos ayuda a mantenernos firmes y seguros, a pesar de los problemas y las dificultades de la vida. La fe no es sólo para cuando tenemos algún problema o dificultad. La fe es para todos los días y todos los instantes de nuestra existencia. Jesús se mantiene en oración por sus apóstoles y por todos los que creerán en Él, por el testimonio de ellos (cf. Jn 17,20). En el fragmento del Evangelio de hoy, Mateo señala que Jesús, físicamente no estaba con sus discípulos, cuando la barca en la que iban es zarandeada por las olas. Sin embargo, aunque no lo veían, Jesús estaba con ellos, pues los tenía en su oración. Los discípulos, ante lo inmediato, tienen miedo, se llenan de pánico. En medio de la tormenta, Jesús se les acerca, caminando sobre las olas. No lo reconocen porque el miedo les nubla la fe. Su miedo se incrementa y gritan. ¡Lo confunden con un fantasma! Cuando en medio de sus gritos, oyen a Jesús, Quien les dice "¡Ánimo, soy Yo, no tengan miedo!", un poco de paz llega a sus corazones, pero su confianza todavía no es total.
Lleno de “valor humano” pero no de fe, Pedro quiere caminar sobre las aguas. Le llama la tención lo extraordinario, también “él quiere caminar sobre el agua” y para hacerlo dirá: Señor, mándame ir a Ti (cf. Mt 14, 28). Deja la barca y al hacerlo, se llena de miedo y ve que se hunde. Pide auxilio a Jesús “Señor, sálvame”. Él lo toma de la mano y le dice. "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?". Lo saca del agua, suben a la barca, el viento y las aguas se calman. Ante este hecho, la fe de los discípulos se fortalece y postrándose ante Jesús, lo reconocen como el “Hijo de Dios”.
Este pasaje, nos muestra el proceso de la fe. No basta decir: “yo creo en Jesús”, “yo soy católico”, “te seguiré Señor”. Es necesario mantenerse en la confianza en Dios en medio de los problemas personales y familiares, los errores de la Iglesia y el mal del mundo. No basta ser como “flor de un día” lleno de entusiasmo hoy y “desinflado” al día siguiente. No es suficiente alabar todo en el grupo parroquial, en la comunidad, en el párroco o el Papa y poco tiempo después ser de los principales detractores. No basta decir “te quiero” y luego hablar mal del prójimo. No es suficiente tener la foto de la boda y luego estar en pleitos, desavenencias o llegar al divorcio. No basta…
Como los discípulos de Jesús, los que estamos en la Iglesia (representada por la barca) y en el mundo (representado por el mar), si no tenemos nuestra fe, bien cimentada en Cristo, los problemas, las mentiras, los chismes, la economía, el hedonismo, el relativismo y otras cosas más (que son representados por el viento y la olas) nos pueden llevar a olvidarnos que somos de Cristo, que Él ora por nosotros y que con nosotros está. Sin esa certeza, algunos se alejarán y perderán el rumbo, se enfriarán en su fe. Los que perseveran, aprenderán a no perder la calma, a tener paz en sus corazones y a fortalecer la fe de los demás.
La enseñanza de este pasaje es clara: conservar siempre la fe, no desesperarse por nada, mantener siempre la calma, actuar siempre de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. Lo fundamental y que nunca debe de olvidársenos es que JESÚS, SIEMPRE ESTÁ CON NOSOTROS, AUNQUE NO LO VEAMOS. Aunque la barca se mueva y el mar esté agitado, nunca perder la calma. EL SEÑOR JESÚS ESTÁ SIEMPRE CON NOSOTROS. Recordemos a Santo Domingo de Guzmán, que al igual que muchos santos, consciente de la presencia de Cristo en su vida, era un nombre ecuánime, de corazón alegre y lleno paz, su rostro revelaba la placidez y armonía de su espíritu y su amabilidad y servicio para con todos. Así debemos ser también nosotros.
Revisemos el itinerario de la fe. Reconozcamos las maneras en las que Cristo ha estado con nosotros: Cuando éramos pequeños, en nuestra adolescencia y vida adulta, en nuestra soltería y matrimonio. Démosle gracias, porque en medio de infinidad de tormentas que hemos pasado, Él ha estado con nosotros y nuestra fe se ha fortalecido.
Señor, dame la gracia de experimentar diariamente tu presencia en mi vida y en todo lo que me rodea, de tal manera que a pesar de que las personas y las circunstancias que me rodean, no son como “yo pienso o deseo que sean”, pueda reconocer que tu amor es más grande que todo y todos los días crezca en la fe y en tu amor, para mantenerme firme en mi decisión de colaborar en la construcción de tu Reino, en medio de las calamidades y los errores y pecados del mundo, pues sólo así, en medio de la obscuridad, podré llevar tu luz; en medio de la tormenta, tu calma; en medio de la guerra, tu paz; en medio de la maldad tu bondad, en medio del resentimiento tu perdón y en medio del odio, tu amor.
14-08-10 LECTIO DIVINA DOMINICAL. Mt 14,22-33.
EL SEÑOR JESÚS, ESTÁ EN MEDIO DE LA TORMENTA. “¡Ánimo, no tengan miedo, soy Yo!” La Fe en Jesucristo le da rumbo a nuestra vida. La Fe en Jesús, nos da alegría, gozo y paz. La Fe en el Salvador nos fortalece y nos ayuda a mantenernos firmes y seguros, a pesar de los problemas y las dificultades de la vida. La fe no es sólo para cuando tenemos algún problema o dificultad. La fe es para todos los días y todos los instantes de nuestra existencia. Jesús se mantiene en oración por sus apóstoles y por todos los que creerán en Él, por el testimonio de ellos (cf. Jn 17,20). En el fragmento del Evangelio de hoy, Mateo señala que Jesús, físicamente no estaba con sus discípulos, cuando la barca en la que iban es zarandeada por las olas. Sin embargo, aunque no lo veían, Jesús estaba con ellos, pues los tenía en su oración. Los discípulos, ante lo inmediato, tienen miedo, se llenan de pánico. En medio de la tormenta, Jesús se les acerca, caminando sobre las olas. No lo reconocen porque el miedo les nubla la fe. Su miedo se incrementa y gritan. ¡Lo confunden con un fantasma! Cuando en medio de sus gritos, oyen a Jesús, Quien les dice "¡Ánimo, soy Yo, no tengan miedo!", un poco de paz llega a sus corazones, pero su confianza todavía no es total.
Lleno de “valor humano” pero no de fe, Pedro quiere caminar sobre las aguas. Le llama la tención lo extraordinario, también “él quiere caminar sobre el agua” y para hacerlo dirá: Señor, mándame ir a Ti (cf. Mt 14, 28). Deja la barca y al hacerlo, se llena de miedo y ve que se hunde. Pide auxilio a Jesús “Señor, sálvame”. Él lo toma de la mano y le dice. "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?". Lo saca del agua, suben a la barca, el viento y las aguas se calman. Ante este hecho, la fe de los discípulos se fortalece y postrándose ante Jesús, lo reconocen como el “Hijo de Dios”.
Este pasaje, nos muestra el proceso de la fe. No basta decir: “yo creo en Jesús”, “yo soy católico”, “te seguiré Señor”. Es necesario mantenerse en la confianza en Dios en medio de los problemas personales y familiares, los errores de la Iglesia y el mal del mundo. No basta ser como “flor de un día” lleno de entusiasmo hoy y “desinflado” al día siguiente. No es suficiente alabar todo en el grupo parroquial, en la comunidad, en el párroco o el Papa y poco tiempo después ser de los principales detractores. No basta decir “te quiero” y luego hablar mal del prójimo. No es suficiente tener la foto de la boda y luego estar en pleitos, desavenencias o llegar al divorcio. No basta…
Como los discípulos de Jesús, los que estamos en la Iglesia (representada por la barca) y en el mundo (representado por el mar), si no tenemos nuestra fe, bien cimentada en Cristo, los problemas, las mentiras, los chismes, la economía, el hedonismo, el relativismo y otras cosas más (que son representados por el viento y la olas) nos pueden llevar a olvidarnos que somos de Cristo, que Él ora por nosotros y que con nosotros está. Sin esa certeza, algunos se alejarán y perderán el rumbo, se enfriarán en su fe. Los que perseveran, aprenderán a no perder la calma, a tener paz en sus corazones y a fortalecer la fe de los demás.
La enseñanza de este pasaje es clara: conservar siempre la fe, no desesperarse por nada, mantener siempre la calma, actuar siempre de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. Lo fundamental y que nunca debe de olvidársenos es que JESÚS, SIEMPRE ESTÁ CON NOSOTROS, AUNQUE NO LO VEAMOS. Aunque la barca se mueva y el mar esté agitado, nunca perder la calma. EL SEÑOR JESÚS ESTÁ SIEMPRE CON NOSOTROS. Recordemos a Santo Domingo de Guzmán, que al igual que muchos santos, consciente de la presencia de Cristo en su vida, era un nombre ecuánime, de corazón alegre y lleno paz, su rostro revelaba la placidez y armonía de su espíritu y su amabilidad y servicio para con todos. Así debemos ser también nosotros.
Revisemos el itinerario de la fe. Reconozcamos las maneras en las que Cristo ha estado con nosotros: Cuando éramos pequeños, en nuestra adolescencia y vida adulta, en nuestra soltería y matrimonio. Démosle gracias, porque en medio de infinidad de tormentas que hemos pasado, Él ha estado con nosotros y nuestra fe se ha fortalecido.
Señor, dame la gracia de experimentar diariamente tu presencia en mi vida y en todo lo que me rodea, de tal manera que a pesar de que las personas y las circunstancias que me rodean, no son como “yo pienso o deseo que sean”, pueda reconocer que tu amor es más grande que todo y todos los días crezca en la fe y en tu amor, para mantenerme firme en mi decisión de colaborar en la construcción de tu Reino, en medio de las calamidades y los errores y pecados del mundo, pues sólo así, en medio de la obscuridad, podré llevar tu luz; en medio de la tormenta, tu calma; en medio de la guerra, tu paz; en medio de la maldad tu bondad, en medio del resentimiento tu perdón y en medio del odio, tu amor.
domingo, 3 de agosto de 2014
IMPORTANTE DOCUMENTO SOBRE EL
"RITO DE LA PAZ" EN LA MISA
En una carta con fecha del 8 de junio del 2014, el Cardenal Cañízares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, con aprobación y confirmación del Papa Francisco ha enviado una carta donde señala que el rito de la paz prepara a la recepción del sacramento de la comunión, donde se recibe a Cristo que es "nuestra paz, paz divina, anunciada por los profetas y los ángeles y que Él ha traído al mundo con su misterio pascual."
Por lo mismo, para vivir mejor este signficado y obtener mayores frutos espirituales se pide que en el rito de la paz se evite que:
Se haga de manera mecánica
Se rompa el ritmo de la Misa
Haya "canto de paz"
Los fieles se desplacen para el intercambio de paz
El sacerdote se separe del altar para dar la paz algunos fieles
Se aproveche el momento para dar saludos de otro tipo o de condolencias (en caso de Misa de difuntos)
Lo que desde hace tiempo yo hago, es pedir a los fieles que sólo den la paz al que está a su derecha y a su izquierda, que inmediatamente después se pongan de rodillas para adorar al Cordero de Dios que está medio de nosotros se preparen para recibirlo en la comunión o si esto no es posible, hagan una comunión espiritual.
La carta del Cardenal Cañizares la pueden encontrar en:
14-08-03- LECTIO DIVINA DOMINICAL.
Mt 14,13-21. UNIDOS A JESÚS.
Juan Bautista ha muerto, lo han asesinado, Jesús ha sido informado. Jesús continúa predicando y haciendo el bien. Cura a enfermos, se compadece de la muchedumbre, le da de comer. Para ello pedirá la colaboración de sus discípulos, ante los pocos peces y pocos panes, hará oración. A todos alcanzará el nuevo alimento. Todos serán saciados, hasta sobrará. El alimento que Jesús da, más que pan material es el pan de Vida, es Él mismo.
La concatenación de hechos que hace Mateo en este fragmento del Evangelio nos revela lo que hemos de hacer ante los infortunios producidos por la naturaleza o la maldad del hombre, como ha sido el asesinato de san Juan Bautista. No tenemos porque perder la calma, tenemos que seguir trabajando por la Gloria de Dios, tenemos que seguir ayudando al prójimo, tenemos que hacer oración, tenemos que encontrarnos con Jesús, tenemos que alimentarnos del Cuerpo y la Sangre del Señor y entonces veremos que en lugar de la tristeza o el desaliento, lo que está es nuestro corazón y en medio de nuestra familia o comunidad es la comunión y la abundancia de la Gracia de Dios que se desparrama y se multiplica y alcanza para incluso para dar a mayor número de personas.
ORACIÓN: Señor, al igual que todos aquellos que te siguen con un corazón sincero, yo quiero, en todos los acontecimientos de mi vida, buscarte y encontrarte, unirme a Ti y perseverar en la oración y en el trabajo a favor de los demás. Quiero buscarte y encontrarte en el sacramento del Altar y comulgar de tu Cuerpo y de tu Sangre, para unirte a Ti y llevarte a los demás.
14-08-02. LECTIO DIVINA. San Pedro Julián Eymard.
Mt 14, 1-12. ANTE EL MAL PERSEVERAR EN LA FE. San Juan Bautista es decapitado.
LA VÍCTIMA INOCENTE: San Juan, quien proclama la Verdad del amor de Dios, la dignidad del matrimonio y la necesidad de la conversión hacia Dios para hacer este mundo mejor, viviendo en justicia y construyendo la paz. LA CAUSA: el pecado manifestado en el odio de una mujer, la inconsciencia y voluptuosidad de una joven, el hedonismo y la debilidad de un gobernante. LA
CONSECUENCIA: la muerte de un inocente y paradójicamente, el fortalecimiento de la fe. El drama de las guerras, la violencia en los hogares y las calles, el narcotráfico y la trata de personas, lo mismo que el aborto y otros muchos males, tienen UN MISMO AGENTE: el hombre y la mujer alejados de Dios. El pecado, es fruto del rechazo del amor de Dios y de la intención de ponerse por encima de Él y de los demás.
Este drama continúa, basta con dar un vistazo al mundo y ver los conflictos bélicos en diversos países de África, la crisis de Siria, Ucrania y la franja de Gaza, lo mismo que el genocidio religioso en contra de los cristianos en Irak y en otras regiones del mundo. El pecado invade también nuestras poblaciones, baste ver el incremento de secuestros y asesinatos fruto del crimen organizado, lo mismo que el incremento de la violencia en las calles y en las familias. También y quizá de mayor gravedad: la pérdida del sentido auténtico del matrimonio entre un hombre y una mujer y la legalización y promoción del aborto.
El texto de san Mateo señala que los discípulos de Juan: “recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús”. La maldad humana no los desanima, no los lleva a la violencia. Su dolor se convierte en fe. Su fe se fortalece en la búsqueda y el encuentro con el Señor Jesús. Ha muerto Juan, pero no la fe que él sembró. Sus discípulos perseverarán, el amor de Cristo se acrecienta en sus vidas. Su testimonio se fortalece por la gracia del Espíritu que Jesús derrama en sus corazones. Juan ha muerto, habrá muchos mártires más, el mismo Señor Jesús será crucificado, pero la gracia del Espíritu les fortalece y entienden y experimentan que por encima de la maldad del hombre está el amor de Dios. “La sangre de los mártires es semilla de cristianos” Tertuliano.
Ante los avances de la cultura de la muerte, el cristiano no se detiene, sigue trabajando por la Cultura de la Vida y así construye el Reino de Dios. Su mirada no está ni el mal que paraliza, ni en la destrucción del “enemigo”, sino en la construcción del Reino de Dios que se expresa en la la civilización del amor. Efesios 6, 14-18: “Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animadas por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos”.
ORACIÓN: Yo quiero Señor Jesús, buscarte y encontrarte en todos los acontencimientos de la vida: tanto en los que me son agradables y como en los que me disgustan. Por encima de todo y en el centro de mi vida, sólo Tú, Señor Jesús.
viernes, 1 de agosto de 2014
14-08-01 LECTIO DIVINA. San Alfonso María de Ligorio. Mt 13, 54-58. RECHAZARON A JESÚS. Los prejuicios pueden ser un obstáculo para abrir el corazón a la fe y a la Gracia de Dios. Los “paisanos” y muchos de los contemporáneos del Señor Jesús pensaban que lo conocían y por eso, más que escucharlo a Él, oían y seguían sus propios pensamientos, ponían un muro de ideas que les impedían ver y entender con claridad lo que Jesús decía. Lo juzgaban de acuerdo a su “verdad”, sacaban sus conclusiones erróneas y no solo lo rechazaban, sino que incluso lo perseguían y lo llevaron a la Cruz y persiguieron e intentaron aniquilar a los seguidores de Cristo. “Tenían ojos, pero no veían, tenían oídos, pero no escuchaban”. Hoy, también esto sucede, por eso ante Jesús hay que saber estar atento a su palabra y dejar que el asombro de la fe, nos ayude a ser siempre mejores, en el seguimiento del Salvador.
“Si Jesús es el hijo del carpintero y de María, si conocemos su historia ¿puede enseñarnos algo? Si durante toda la vida, se han hecho las cosas de una misma manera ¿será correcto cambiarlas? Si Dios es solo mi Dios, ¿será Dios también para los demás? Si Dios es justo, acaso ¿no me tiene que vengar de mis enemigos? Si yo siempre he fallado ¿podré cambiar? ¿Si yo soy pecador y por lo mismo: Dios no me ama ¿podrá Él perdonarme y amarme? Si… Dios, o yo,… siempre…. ¿podrán ser las cosas diferentes?
No solo los contemporáneos de Jesús, sino también en la actualidad, manejamos esquemas mentales equivocados y pensamos que las cosas se tienen que hacer como pensamos o que incluso la Iglesia es la que se tiene que adaptar a nuestra forma de pensar. Esto incluso puede ocurrir en aquellas personas buenas que piensan que porque ya están bautizadas, pero sin una formación católica adecuada, pueden opinar de todo y criticar al Papa, al sacerdote, a su comunidad o grupo parroquial o incluso, ponerse “en sintonía con el mundo” opinando sobre el aborto, el matrimonio, el celibato y otros temas, de acuerdo a su entender y no de conforme a las enseñanzas de Cristo. Algunos otros, incluso, acomodados al hedonismo y relativismo actual, desprecian al que no piensa como ellos se aprovechan de los demás y sienten que no necesitan ni de Dios, ni de los demás, ni de la confesión ni de la Eucaristía.
Dios es siempre novedad (“mira que todo lo hago nuevo” Apo 21.5) y nos invita a estar atentos a sus designios a través de las enseñanzas de la Iglesia, que nos orienta ante las nuevas situaciones a las que nos tenemos que enfrentar. La Iglesia ha acompañado a la humanidad a los largo de siglos y lo seguirá haciendo hasta la Eternidad, aunque no siempre sea entendida ni comprendida, aunque sea perseguida y rechazada y se intente apagar su voz y aniquilar.
Por eso el creyente de Jesús, debe de conocer su fe y dar testimonio de ella, debe de practicarla y sobre todo, debe estar habituado al trato frecuente y diario con Jesús, para ser firme y no desanimarse, desviarse del camino o alejarse de Jesús o de la Iglesia. Para ello debe mantenerse en dialogo con Jesús y con su Iglesia a través de la oración, las buenas obras, el estudio. Debe valorar y procurar su participación en la Misa, sobre todo en la dominical, abriendo su corazón a la Gracia del perdón y del amor de Dios en la recepción de los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía.
“Si Jesús es el hijo del carpintero y de María, si conocemos su historia ¿puede enseñarnos algo? Si durante toda la vida, se han hecho las cosas de una misma manera ¿será correcto cambiarlas? Si Dios es solo mi Dios, ¿será Dios también para los demás? Si Dios es justo, acaso ¿no me tiene que vengar de mis enemigos? Si yo siempre he fallado ¿podré cambiar? ¿Si yo soy pecador y por lo mismo: Dios no me ama ¿podrá Él perdonarme y amarme? Si… Dios, o yo,… siempre…. ¿podrán ser las cosas diferentes?
No solo los contemporáneos de Jesús, sino también en la actualidad, manejamos esquemas mentales equivocados y pensamos que las cosas se tienen que hacer como pensamos o que incluso la Iglesia es la que se tiene que adaptar a nuestra forma de pensar. Esto incluso puede ocurrir en aquellas personas buenas que piensan que porque ya están bautizadas, pero sin una formación católica adecuada, pueden opinar de todo y criticar al Papa, al sacerdote, a su comunidad o grupo parroquial o incluso, ponerse “en sintonía con el mundo” opinando sobre el aborto, el matrimonio, el celibato y otros temas, de acuerdo a su entender y no de conforme a las enseñanzas de Cristo. Algunos otros, incluso, acomodados al hedonismo y relativismo actual, desprecian al que no piensa como ellos se aprovechan de los demás y sienten que no necesitan ni de Dios, ni de los demás, ni de la confesión ni de la Eucaristía.
Dios es siempre novedad (“mira que todo lo hago nuevo” Apo 21.5) y nos invita a estar atentos a sus designios a través de las enseñanzas de la Iglesia, que nos orienta ante las nuevas situaciones a las que nos tenemos que enfrentar. La Iglesia ha acompañado a la humanidad a los largo de siglos y lo seguirá haciendo hasta la Eternidad, aunque no siempre sea entendida ni comprendida, aunque sea perseguida y rechazada y se intente apagar su voz y aniquilar.
Por eso el creyente de Jesús, debe de conocer su fe y dar testimonio de ella, debe de practicarla y sobre todo, debe estar habituado al trato frecuente y diario con Jesús, para ser firme y no desanimarse, desviarse del camino o alejarse de Jesús o de la Iglesia. Para ello debe mantenerse en dialogo con Jesús y con su Iglesia a través de la oración, las buenas obras, el estudio. Debe valorar y procurar su participación en la Misa, sobre todo en la dominical, abriendo su corazón a la Gracia del perdón y del amor de Dios en la recepción de los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía.
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