“Los escribas y fariseos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver un signo tuyo"
Hay quienes “dicen” que para creer necesitan signos de la existencia de Dios. Con ello manifiestan la soberbia que llevan escondida pero que es evidente en sus palabras y acciones. Probablemente ellos no se dan cuenta de ello, simplemente así son.
Algunos darán justificantes “intelectuales” de su duda, otros lo manifiestan con sus acciones porque sus estilos de vida son contrarios al bien común. Se centran en su egoísmo buscando sólo el placer, el poder, el poseer, el parecer. Creen que su pensamiento es más libre sin Dios. Sin embargo están equivocados. La fe en Dios no nos quita nada, sino que nos ayuda a ser objetivos y a estar en una auténtica relación de paz y amor con Quien nos ha creado, con Quien nos ha redimido y con Quien vive en nosotros como en su templo. La objetividad proviene de reconocer que somos criaturas y que toda criatura nos habla de Dios. La paz reside en saber que toda nuestra existencia, la terrena y la eterna, está en sus manos.
El amor lo experimentamos al recibir a Jesucristo, Quien se hace hombre y se queda entre nosotros en la Eucaristía, porque nos ama. La relación con Dios nos permite reconocer que nada es nuestro, que en esta vida vamos de paso y que lo que nos da paz y felicidad es amar y servir a Dios y al prójimo. Sólo así se pueden establecer relaciones auténticas de solidaridad que llevan al desarrollo común y a la paz. La amistad, la fraternidad, la familia, el matrimonio y toda relación social, incluso a nivel mundial, para ser auténticas y duraderas, requieren de la presencia de Dios en el corazón de los seres humanos. Sin Él solo se establecen relaciones interesadas y de conveniencia; frágiles porque se fundan en el interés egoísta y no en Dios. “Bienaventurados los mansos y humildes de corazón, porque ellos verán a Dios”.
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